18.11.16

Texto y discurso

El concepto de discurso corresponde a una noción polisémica. Como unidad de conocimiento especifico corresponde a un término que puede aludir a acepciones distintas pasando de un área de uso a otra. Por este motivo, hay definiciones que oscilan entre unas acepciones extensivas y otras restrictivas/reductoras. Así, Michel Foucault, por ejemplo, lo define como “un conjunto de reglas anónimas, históricas, siempre determinadas en el tiempo y el espacio que han definido en una época dada, y para un ambiente social, económico, geográfico o lingüístico preciso, las condiciones del ejercicio de la función enunciativa”[1].
   Para Lourdes Pietrosemoli (2007: 306), los tratadistas e investigadores sobre el análisis del discurso “coinciden en que ‘discurso’ es un concepto difícil de definir ya que […] se ha usado con una gran variedad de significado y para referirse a una gama de actividades de investigación.           
   De hecho, recurriendo a las  definiciones formuladas por varios estudiosos en el marco de la gramática textual y el Análisis del discurso podemos darnos cuenta de posicionamientos distintos y polémicos sobre este tópico. Pues repasando, por ejemplo,  las propuestas  de Leech y Short (1981),  Joanette y Goulet (1990)  y   Schiffrin (2001), pasando por las de Bloom et al. (1994) y Coupland y Jaworsky (1999),  se nos presentan más divergencias que  afinidades.
     Desde una perspectiva, estrictamente, comunicativa, Leech y Short proponen una definición donde el texto y el discurso se consideran como dos formas de comunicación lingüística. Pero señalan que se trata de dos objetos de estudio diferentes de ahí distinguen entre la retorica del texto y la retorica del discurso (1981: 209 y siguientes)[2]. La primera estudia la configuración del objeto textual fijándose en su nivel superficial regido por normas puramente lingüísticas: morfosintácticas y fonológico-prosódicas. Mientras que la segunda orienta su interés hacia la estructura subyacente y se centra en el examen del modo en que el contenido esta discusivizado con miras a lograr ciertos objetivos tales como la información, la persuasión, la enseñanza, etc.  La distinción entre estas dos perspectivas retoricas se basa en la distinción entre sus dos objetos de estudio que quedan, así, diferenciados del modo siguiente:
Discurso: corresponde a la propia lengua concebida como  proceso interno que corresponde a la negociación del sentido y, por ende, a la interacción entre el emisor y el receptor, eso es a la actividad interpersonal regulada por unos determinados condicionantes de índole social y cultural.
Texto: es el producto verbal escrito o hablado, que resulta de la práctica de la lengua, portador de un determinado mensaje codificado mediante símbolos y signos lingüísticos. El texto, según esta concepción pasa a formar una parte integrante del discurso.



   Esta  propuesta definitoria se basa en una lógica de inclusión que hace que el texto como producto pase a instituirse como un componente más de la entidad discursiva:


   Es de señalar esta relación inclusiva se infiere de cierta manera de la definición que  Halliday y Hasan (1985) proporcionan a la hora de determinar lo que es un el texto: una unidad básicamente  semántica que se debe prestar al análisis desde dos ópticas distintas:1- como producto  y 2- como proceso.
    No obstante,  la relación entre los dos conceptos, en cuestión, no siempre se expresa en términos de esta simbiosis inclusiva. Otros lingüistas, como Brown y Yule (1983:8), por ejemplo, insisten en una relación de correspondencia y de concretización, es decir que el texto es la representación del discurso mediante expresiones verbales escritas o orales:
   Esta matización diferenciadora supone que estamos ante dos entidades cuya naturaleza es completamente distinta: el discurso pertenece al mundo de la abstracción y  el texto al de la concreción. Es justamente por esta razón que Adam define el texto como la “huella lingüística de una interacción social, la materialización semiótica de una acción socio-histórica” (2012: 191)[1].
   Desde la perspectiva del AD , y partiendo del presupuesto de “las voces” o “heteroglosias” de Bakhtin (1986) y de la hipótesis formulada por Robinson (1987) que defiende la idea de los “estilos de discursos culturalmente diferentes”, Nicolas Coupland y  Adam Jaworski afirman que “todo texto se compone de múltiples voces” y que “los textos son a menudo el reflejo de voces diferentes”(1999:8). Para los dos tratadistas el discurso corresponde “habilidad para la negociación de la vida social” (p.38)  a  se define como el conjunto de las practicas socio-culturales que conforman el significado de los textos que como entidad lingüística son susceptibles de adquirir un carácter multimodal es decir se recurre en su construcción a diferentes sistemas semióticos. 
     
   El texto es  un conjunto  coherente de proposiciones o constituyentes de tipo lingüístico – palabras, oraciones, secuencias, etc.  Relacionadas e interrelacionadas de una determinada forma para converger hacia el mismo tema. Debido a su función comunicativa, se concibe como una unidad de sentido, un constructo mental que implica, igualmente,  a un acto individual que corresponde a un acontecimiento social y cultural. 

El discurso es una entidad que se desenvuelve gracias a la lengua en su uso real y se caracteriza por su carácter variable que depende de la variabilidad misma de los contextos de interacción verbal entre sus usuarios. La perspectiva antropológica, que representa una de las tantas fuentes de inspiración de la LT, muestra que el estudio de las formas discursivas implica centrar el interés sobre la lengua en uso en tanto que ejercicio de cierto poder. Pues, la interacción hace que la actividad verbal en un contexto dado sea una acción que puede vehicular ideologías y tener propósitos de cabios socio-culturales. El discurso se define, desde este planteamiento, como una acción verbal contextualizada que se instaura como fuerza social que actúa de forma dialógica e interaccional. De ahí que toda forma discursiva esté  destinada, según Fowler (1996: 93-94)  a reflejar “el íntegro y complejo proceso de la gente interaccionando en situaciones llenas de vida y dentro de la estructura de las fuerzas sociales”. De este modo, el discurso, “expresa mediante su extra-estructura las interacciones personales en la comunicación, las relaciones y posiciones sociales de los hablantes, y la naturaleza del escenario en el que la lengua es usada”.

     Por este motivo el discurso pasa a instituirse como un proceso donde la lengua es definida esencialmente por su función como medio de interacción entre sus hablantes o usuarios en un determinado contexto y con una finalidad comunicativa circunscrita en una situación que no puede separarse de su dimensión social, cultural y cognitiva.   







[1] - “Le  texte  […] est la trace langagière d’une interaction sociale, la matérialisation sémiotique d’une action socio-historique”. La traducción es nuestra. 

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