Texto y contexto
Es sabido que nuestra forma de hablar y de
escribir no esta determinada soolo por
nuestro conocimiento puramente lingüístico, sino que está abocada a fluir bajo los condicionamientos de nuestro
ambiente, de lo que queramos decir o transmitir de la naturaleza del espacio de
comunicación, de la identidad de nuestros receptores y del tipo de relación que
nos une con ellos, de nuestra psique, de especifica situación comunicativa en
la cual actuamos como participes, etc. Ya desde 1975, Silverstein ha demostrado que, incluso cuando se pretende
estudiar una oración aislada, es imposible entender su sentido en todas sus
dimensiones ya que, "para dar
una descripción del significado de una oración debemos tener algún tipo de dato
sobre el contexto de situación del mensaje al que corresponde " (1975:161).
Refiriéndose a este tipo de factores decisivos en la actuación comunicativa,
Francisco Ayala afirma en su obra, Palabras y letras:
“No se habla lo mismo en el salón que en el
cuartel, en familia que entre estudiantes, o en una reunión política, o en la
iglesia, o en la discoteca. Automáticamente, cada cual se adapta a las
circunstancias del caso y habla de acuerdo con las normas pertinentes; tan
impropio resulta el empleo en la intimidad familiar de un lenguaje “cuidado”, “escogido”,
remilgado, como la expresión grosera en medio de un acto de académica u oficial
solemnidad. Sin salirnos del sistema de nuestra lengua común, todos somos plurilingües,
y cambiamos de lengua conforme cambiamos de ambiente” (1983: ).
El cambio de situación supone, según este
planteamiento, la necesidad de cambio de registro lingüístico. Este fenómeno de
dependencia entre situación comunicativa y lenguaje en uso ha sido tratado por
varios estudios lingüísticos. La psicolingüística, lo ha abordado en función de
la variedad lingüística vinculada, por ejemplo, con los criterios diatópico,
diastrático y, sobre todo, difásico.
La pragmática, por su parte, ha mostrado
que el habla se practica en función de unos detalles que determinan no sólo las
opciones relacionadas con la
entonación, sino también los que tienen
que ver con los aspectos morfo-sintácticos y semánticos (la elección de tiempos verbales, de
pronombres, de modalidades, conectores, léxico abstracto/concreto, sinonimia/
antonimia, etc.) e incluso
los relativos a las expresiones mímicas
y gestuales (como las facciones de la cara, movimientos con la mano,
etc.). Estas actuaciones de índole “físico-lingüística” son importantes en el
acto comunicativo y pueden suponer cambios de sentido que se explican,
pragmáticamente, tal como lo alega Víctor Moreno (2008: 30), por las causas siguientes:
Ø El contexto extra-verbal o
situación comunicativa, el grado de relación o de relación o distancia social,
imponen la forma de nuestros enunciados; el conocimiento que tengamos o no de
las características del lugar y el tiempo en que se efectúa el enunciado,
Ø La intención, entendida como
una idea etimológica, es decir, de dirección, de tendencia, de esfuerzo por
conseguir algo de alguien,
Ø La información pragmática que
se tiene de la identidad del que nos oye o del destinatario nos lleva a hablar
de una manera o de otra.
Un ejemplo concreto de esta variación de
registro y de este tipo de “mutación físico-lingüística debidas a estos factores condicionantes podría
manifestarse en las varias formas de un
acto performativo como el de petición: articulado sea a base de verbos
realizativos explícitos o implícitos,
sea en función un
trato formal o informal o simplemente recurriendo a un registro culto o
familiar, etc. De hecho, una vez
finalizada la duración de un examen, un profesor podría pedir de varias formas que sus
alumnos le entreguen las copias:
-
Quiero que
me entreguéis las copias.
-
¿Podéis
entregarme las copias?
-
Haced el favor de entregar las copias.
-
¿Me vais
a entregar las copias o no?
-
¡Vamos!
¡Las copias!
-
Ya se acabó el tiempo.
-
Ya es hora de ceder el aula a otro grupo de
estudiantes.
-
Etc.
De estas multitud de formas de decir la
misma cosa, se puede inferir que hay ciertos aspectos relativos al acto de
comunicación, y más concretamente a la
actitud del emisor, que dependen del contexto. Con este término - « contexto »
-, cuyo uso es muy frecuente en el discurso metalingüístico, se refiere, generalmente,
a los constituyentes o elementos que circundan el propio acto de producción
textual. Alude a la situación
comunicativa que abarca no sólo el “cotexto”[1] sino igualmente un conjunto de elementos inferenciales o referidos de forma implícita
en el texto, así como aspectos extratextuales que determinan, de una forma u
otra, la producción textual y su recepción por los receptores potenciales.
Es sabido que en la lingüística moderna, la
LT y el AD se instituyen como dos
tendencias que, al contrario de las corrientes formalistas, se han centrado más en el estudio de las
características extrínsecas del texto, en la medida en que ha abogado por
relacionar el texto con su contexto de producción. El AD tiene su
fundamentación teórica, sobre todo, en la sociolingüística y la antropología.
Este modo, en muchos casos, y según la perspectiva de estudio adoptada,
(Calsamiglia y Tusón 1999 ) se recurre a los presupuestos de las teorías
sociolingüísticas de la interacción y de
la variación, o también a las premisas de la etnografía de la comunicación o al
análisis de la conversación procedente
del área de los estudios sociológicos. Se han desarrollado, del mismo modo, otras orientaciones basadas en los aspectos ideológicos del texto
y, por ende, en el análisis crítico del
discurso que supone que cualquier discurso implica, forzosamente, una toma de posición- explícita o implícita-
sobre un estado de cosas del mundo, con un argumento ineludible que defiende esta posición respecto a otras
ideologías y a unas determinadas estructuras sociales de poder que están
presentes en todas las sociedades. Esta tendencia se manifiesta sobre todo en
estudios y tratados como los de Laborda (1977) y Martin Rojo y Whittaker (1998).
Así, indistintamente de la teoría o perspectiva adoptadas, el estudio del texto
se ha instaurado como una entidad que no puede estudiarse disyuntivamente de su contexto de producción-recepción y, por
consecuencia, se ha repensado el valor de las hipotéticas relaciones que,
obligatoriamente, se establecen entre el enunciador y sus potenciales
enunciatarios y los determinantes -sociales, ideológicas, retoricas y
estilísticas , etc., - de la situación comunicativa, o sea, los que permiten a los sujetos de la
comunicación presentar a sí mismos y a los otros en el discurso creado.
En esta línea interpretativa, podemos
citar igualmente las aportaciones de M. Bakhtin, cuya obra se ha considerado
propulsora de las investigaciones en el marco del AD y de la LT[2]. Pues,
según este teórico, “las palabras son tejidas a partir de una multitud de
hilos ideológicos y sirven de trama a todas las relaciones sociales en todos
los dominios”(1982: 113). Desde esta perspectiva la enunciación es de
carácter forzosamente social y la única forma de asimilarla es tener en cuenta
el propio proceso de interacción verbal como factor situacional/ El uso de las
palabras depende de contratos tácitos entre sus usuarios. Por eso la expresión
verbal emana de las relaciones interpersonales y, escrita o articulada
oralmente, la palabra se dirige a siempre a un receptor real y su sentido adquiere constancia o
variabilidad significativa en función de las relaciones establecidas entre el sujeto-emisor,
como perteneciente a un grupo social, y su(s) interlocutor(es). De ahí, que afirme que la auténtica sustancia
de la lengua viene constituida por “el
fenómeno social de la interpretación verbal, realizada mediante la enunciación
o enunciaciones. La interacción verbal constituye, de este modo, la realidad
fundamental de la lengua” (1982: 123).
Hay que tener en cuenta, del mismo modo, que
el proceso comunicativo a través de los textos, sobre todo escritos, supone la existencia
de un contrato tácito, entre el autor y el lector, que hace de este último no
solo un mero descodificador sino un agente constructor de sentidos. De hecho sostenemos, Peronard, M, Gómez
Macker, L. (2000: 50), que todo proceso
de comprensión de supone una actividad no solo de simple codificación sino una
actividad de productiva que hace que el lector construya un “texto interno”
dentro del texto producido por el autor. De ahí que los dos tratadistas
insistan en la idea de que todo proceso de comprensión se fundamenta en una
estrecha relación de colaboración entre el autor y el lector. Desde este
planteamiento cognitivo, José Antonio León, por su parte, subraya la importancia los conocimientos
previos (conceptual procedimental y actitudinal) compartidos que hacen posible esta relación de
complicidad:
“Ambos, escritor y lector, deben participar de
un espacio común de conocimiento. No debemos olvidar que los discursos se
comprenden e interpretan porque se accede un conjunto de conocimientos
universales y compartidos sobre el mundo, sobre las acciones humanas, que está
altamente organizado y almacenado en la memoria.”(1996: 17).
Aparte de las investigaciones llevadas a
cabo sobre las propiedades del texto, la LT se ha preocupado por la vieja
problemática del contexto. Refiriéndose
a este aspecto relevante en los estudios textuales Vilela y Koch afirman que:
Lo que se puede averiguar es que, desde su
aparición hasta hoy día, la lingüística textual hizo un largo recorrido,
ampliando a cada paso su centro de preocupaciones. De los simples análisis transfrasticos
y de las tentativas de elaboración de una gramática textual, pasó a
centrarse no sólo en el texto en sí,
sino también en todo el contexto –entendido éste en el sentido más amplio del
término (situacional, socio-cognitivo y cultural)- y en la interferencia de
éste en la construcción, en el funcionamiento y, de modo especial, en el
procesamiento estratégico-interaccional
de los textos, vistos como la forma básica de interacción a través del
lenguaje. (2001: 451).
De hecho, podemos decir que los estudios
realizados con vistas a establecer las bases teóricas para una LT han demostrado que la interpretación de un
texto no depende tan sólo de instancias que determinan, en el proceso
comunicativo, la intecionalidad del
emisor y tácito contrato de lectura que garantiza la gestión de los datos
procesados y, por ende, la condición de
receptabilidad, sino que depende; de igual modo, de otros factores también
condicionantes relativos a la situación comunicativa.
El concepto de “contexto” ha sido
estudiado desde varias perspectivas en la lingüística moderna. Tanto la teoría
general de comunicación como la Teoría de la enunciación han insistido en la
pertinencia de este factor como ineluctable en la producción e interpretación lingüísticas.
Jakobson ha introducido este concepto en su modelo de comunicación hablando del
“contexto de referencia” como uno de los factores imprescindibles para
que tenga lugar una comunicación efectiva:
El destinador
manda un mensaje al destinatario. Para que sea operante, el mensaje requiere un
contexto de referencia (un «referente» según otra terminología un tanto
ambigua) que el destinatario pueda captar, ya verbal, ya susceptible de
verbalización, un código del todo, o en parte cuando menos, común al destinador
y al destinatario (o, en otras palabras, al codificador y al descodificador del mensaje).” (Jakobson,
1988: 352).
Según archiconocido esquema comunicativo
jakobsoniano, los seis componentes (Destinador, Destinatario, mensaje, contexto, contacto y código) constituyen
el hecho discursivo y define las funciones del lenguaje (emotiva, conativa,
referencial, fática, poética y metalingüística).
Al
referirse al llamado “contexto de situación”, Halliday alega que ningún “acto
de significado” puede prescindir de este factor decisivo porque constituye el
“entorno en el que se actúa e interpreta” y precisa que: “para que se pueda
dar la comunicación, es necesario que quienes interactúan puedan especular
sobre los tipos de significados que probablemente se intercambien. Hacen esto
sobre la base de su interpretación del significado de la situación” 1979:
62.
Desde el enfoque de la Gramática Sistémico-Funcional[3],
Halliday sostiene que el principio subyacente
del lenguaje es su propia funcionalidad. De ahí habla de tres categorías de "metafunciones”
universales que están presentes en todo lenguaje independientemente del
contexto cultural en el cual se utilizan Halliday (1973: 37-41). Estas
funciones constituyen lo que el lingüista funcionalista concibe como “sistema
semántico” que regula, mediante sus posibilidades semánticas lingüísticas,
la interacción del hablante con los demás y con el mundo:
a-
Metafunción
interpersonal: se refiere al rol desempeñado
por los participantes en la interacción comunicativa y, por tanto, a la
“expresión de las relaciones sociales y personales” de los mismos;
b-
Metafunción
ideacional: se refiere al carácter del evento social y a
“la expresión del contenido de acuerdo con la experiencia del hablante” como
perteneciente a una determinada comunidad de habla;
c-
Metafunción
textual: referente al “cumplimiento de
las exigencias de operacionalidad de una lengua” es decir al papel de la lengua
o código , es decir las estructuras lingüísticas que permiten la transmisión
del mensaje y que obedece usos normativos y a opciones exigidas por el contexto
de interacción verbal.
Halliday establece, igualmente, un grupo
de “microfunciones” que, derivadas de las anteriores, se refieren a
todos los distintos usos concretos y reales del habla, o sea, las que permiten a los interlocutores expresar sus
ideas en virtud de las especificidades del contexto de situación regidor del
acto de comunicación. Estas microfunciones son las siguientes:
1-
Instrumental,
2-
Reguladora,
3-
Interaccional,
4-
Personal,
5-
Heurística,
6-
Imaginativa,
7-
Informativa,
8-
Matemática,
9-
Pragmática.
Partiendo de la convicción de que la
lingüística “es una rama de la sociología” Halliday se aleja de las
orientaciones psicológicas, sin negar su
relevancia, y sostiene que que “el lenguaje es parte del sistema social”
(Martín Miguel, 1998: 122). Para Halliday la relación entre los dos es
muy compleja pero simbióticamente construida en la medida en que el contexto
social determina la forma y el uso del lenguaje
y éste desempeña un papel básico en el proceso de sociabilización del hombre.
Desde esta perspectiva el lingüista insiste en que “los actos de significar son
por su propia naturaleza actos sociales, y todos los sistemas simbólicos son
sistemas sociales” y que toda
comunicación supone, necesariamente un proceso de interacción ubicado en un
contexto y condicionado por él, o sea,
“situado en los contextos de una comunidad y es reconocible como un tipo
de proceso social dentro de los términos de la referencia establecidos por la
cultura de la comunidad” (Martín Miguel,
1998: 122).
La propuesta hallidayana de “semiótica social”, que implica que el estudio del lenguaje ha de
llevarse no desde un enfoque inmanentista – o sea examinarlo como un sistema
independiente y aislado- sino como parte de un sistema mayor que es el social, obliga a contemplar el lenguaje en su
relación con sus dimensiones sociales, y por ende, desde un planteamiento sociolingüístico
basado en el estudio de aspectos fundamentales
y entroncados tales como:
-
El
sistema lingüístico
-
El texto
-
La
situación
-
El
registro
-
Las estructuras sociales.
El texto se convierte según esta línea
interpretativa en una concretización de una actividad social y permite la
realización significados en un contexto
situacional concreto. La preocupación por elaborar una gramática textual
representa uno de los principales objetivos del estudio del lenguaje desde la
perspectiva “semiótica social”. El propio autor lo afirma diciendo: “mi
propósito es construir una gramática para analizar textos: una que posibilite
decir cosas sensatas y útiles sobre cualquier texto, hablado o escrito” ” (Martín Miguel, 1998: 136).
Con vistas a explicar la naturaleza del llamado contexto
de situación, Halliday sostiene que hay tres instancias que hace
falta tener en cuenta, y que en gran parte constituyen las unidades de la GSF:
el campo, el tenor y el modo Halliday, 1979: 62 y Halliday y Hasan; 1989: 12. Con
el primer concepto se alude al evento que determina el carácter de la acción
social, o sea aquello en que los actantes de la comunicación están
involucrados. El segundo concepto, el tenor, tiene que ver que ver con los
participantes en el proceso interaccional y, más concretamente, con sus respectivos
roles y la naturaleza de las relaciones que los une. En cuanto la tercera, y
ultima, noción hace referencia al propio texto y a sus funciones dentro del
contexto interaccional incluyendo aspectos inherentes a la intención
comunicativa, sus expectativas y sus efectos de índole pragmática: exponer
informaciones, persuadir, ensenar, etc. Refiriéndose a estas categorías cuya relación sistemática, permite, según la
hipótesis hallidayana, definir la situación en la cual se desenvuelve la
actividad comunicativa, Francisco Martín Miguel Francisco Martín
Miguel afirma parafraseando a Halliday:
En general, la categoría field determina los
significados que se identifican en la metafunción ideacional. Field refiere a lo que está ocurriendo, a la
naturaleza de la acción social que está teniendo lugar. La categoría tenor
determina los significados interpersonales. Tenor refiere a quién está
tomando parte en el acto comunicativo, y el papel tanto lingüístico como social
que desempeñan los comunicantes. Finalmente, la categoría mode determina
los significados textuales. Mode refiere a la organización simbólica del texto,
su status, su función en el contexto, si la comunicación está siendo
satisfactoria, etc. [4]
Para Halliday, el texto como producción
verbal corresponde a un entramado complejos de significados referenciales,
interpersonales y textuales. Su textura supo en una correspondencia entre las
dos propiedades esenciales de coherencia y cohesión. La construcción del
sentido se logra gracias a red de relaciones semánticas y semióticas entre sus
partes; unas de éstas siempre vienen dispuestas en el tejido textual de modo
que unas proporcionan indicaciones contextuales para las otras. El texto ha de
interpretarse siempre en función de una sinergia contextual entre unos determinantes internos y otros externos, eso es el contexto
de situacional y cultural. En función de esta óptica sistémica, Halliday
distingue entre Cuatro tipos de contextos:
a-
El
contexto de situación: corresponde a la
configuración del campo, tenor y modo entendidos como propiedades responsables
de la naturaleza del registro usado en la producción textual. Este contexto actúa
en el texto mediante las relaciones sistemáticas entre el contexto social y la articulación
funcional del lenguaje en uso.
b-
El
contexto cultural: constituido por
los condicionantes de sesgo institucional y por el marco ideológico[5] su
interpretación,
c-
El
contexto intertextual: relativo a las
distintas relaciones implícitas y explicitas que el texto mantiene con otros
textos,
d-
El
contexto intratextual: se refiere a las
distintas relaciones establecidas entre las partes y secuencias textuales, o
sea la red de correlaciones semántico-lingüísticas que garantizan la coherencia
y cohesión del texto.
El
enfoque propuesto por Halliday , para el estudio del fenómeno del lenguaje se
basa en un enfoque semiótico- social y funcional. La semiótica ha de entenderse aquí como una
perspectiva de estudio que se dedica al estudio de la red de relaciones
y correlaciones establecidas no sólo dentro de un sistema sino también entre varios
sistemas. De este modo si la lengua constituye un sistema, lo mismo puede
decirse de la cultura. Ésta se percibe como el dominio donde confluyen
infinitos componentes como lingüísticos, sociales, etc. El estudio del lenguaje
no puede hacerse aisladamente de la estructura social –considerada como un
aspecto entre otros dl sistema social.
Para Halliday el estudio del texto presupone
el estudio del lenguaje, por la sencilla razón de que todo texto es,
forzosamente, un lenguaje que se le asigna una determinada función en un
contexto dado. Toda producción textual supone una doble perspectiva que Leci
Borges Barbisan explica en un artículo titulado “Texto e contexto” (1995)
sosteniendo que:
“Hay el
texto y hay otro texto que lo acompaña, el contexto, que va mas allá de lo
dicho, e incluye lo no-verbal, el cuadro total en cual el texto se desarrolla y
en función del cual se debe interpretar. Un texto está hecho de sentidos, es
una unidad semántica. Como tal, debe ser
considerado desde dos perspectivas: como producto es resultado y tiene una construcción que
puede ser representada sistemáticamente. Es producto en el sentido de que
corresponde a una opción semántica continua en la red de significados
potenciales, en la cual cada opción constituye un contexto para la que la
sigue.”[6].
En esta orientación interpretativa, todo
texto debe interpretarse como una manifestación social, un evento de interacción
y una instancia con sentido dependiente de un contexto particular. Pues, la ya
mencionada concepción del texto como
resultado, a la vez, como proceso desarrolladla por Haliday ha sido defendida por varios lingüistas para
dar por sentada la hipótesis de que todo
texto se modula en función de las estructuras sociales y que son éstas las que
posibilitan su creación. Lemke (1983: 158) ha insistido en el poder de la
estructura social en la configuración de las producciones textuales; para
Winograd (1988;28) se trata , en todos los casos de un acto comunicativo e
interaccional que somete el lenguaje a la acción social, Couture (1991: 261) alega
que el lenguaje es la clara “manifestación del intercambio social positivo”;
Kress (1989) expone su teoría ampliando los alcances de los postulados
hallidayanos considerando el texto como espacio interaccional e interindividual
recalcando la dimensión colectiva de intercambio para sentar las bases de toda
una teoría socio-lingüística.
Desde una perspectiva antropológica, Bronislaw
Malinowsky ha demostrado a través de su teoría sobre el contexto que, hay en
realidad, dos niveles contextuales que determinan el lenguaje en uso: el
contexto de situación y el contexto de cultura:
-
El
contexto de situación: este nivel es el responsable de las opciones relativas a
la elección de regidas por el registro lingüístico
(alternativas léxicas y sintáctico-gramaticales). Se trata, por tanto, de un
nivel léxico-gramatical.
-
El
contexto cultural: vinculado no sólo al suceso, es decir lo que acaece, sino también
a unos factores culturales presupuestos en la práctica social. Este nivel opera
en el dominio del género textual como modalidad cultural. En este sentido “el
contexto de cultura es más amplio” y define “la actividad social de una
cultura especifica de modo que los significados de determinados textos tengan
un propósito, o sea costumbres y valores de una determinada sociedad que
influyen en la interpretación de los textos” (Bonamin. 2009: 32)[7].
Partiendo de la idea de que todo texto corresponde
a un proceso de producción regido por un contexto específico, varios lingüistas
ha adoptado la tesis de los dos niveles
contextuales desarrollada por el
antropólogo polonés .
El
concepto de ‘contexto’ y su rol
fundamental en la construcción y reconstrucción del sentido textual ha
constituido, entonces, el centro de enfoque de multitud de investigaciones en
el marco de la lingüística funcionalista
orientada hacia el discurso, así como en los estudios de la pragmática de la gramática
textual. Para las autoras Helena Calsamiglia Blancafort
y Amparo Tusón (1999: 101) la introducción del concepto de contexto en
estos estudios es lo que ha marcado una línea demarcadora entre los paradigmas
basados en el estudio de la estructura oracional y los encauzados hacia el tratamiento del texto como unidad
mayor de comunicación:
El
concepto de contexto es esencial para todos los estudios lingüísticos que se
plantean desde una perspectiva pragmática o discursivo-textual. Precisamente,
el aspecto que con más claridad define ese tipo de estudios y, al mismo tiempo,
los distingue de los que se realizan desde un punto de vista estrictamente
gramatical consiste en que aquéllos incorporan los datos contextuales en la
descripción lingüística.
Tratando el problema del contexto de situación
entendido como “ambiente del texto”, el
lingüista británico Firth, basándose en las reflexiones de Malinovski lo ha caracterizado como constructo que hace
referencia a varios elementos tales como: los participantes, la acción verbal,
los efectos de la acción verbal. Estos
elementos formantes del contexto de situación
han sido ampliados por otros componentes estipulados por Dell Hymes (cit
por Halliday, 1978: 9):
-
La forma y el
contenido del mensaje
-
Los escenarios,
-
Los participantes;
-
La intención y los
efectos de la comunicación,
-
El código,
-
El medio,
-
El género;
-
Las normas de interacción.
Corroborando
las hipótesis presentadas por Firth en 1957, Widdowson (1984), por parte, revaloriza
el papel el condicionamiento que supone el contexto en todo proceso de
comunicación y especialmente en los discursos escritos. Distingue en este marco
entre dos vertientes contextuales:
a-
El
contexto de situación propiamente dicha:
constituye el entorno de actualización del texto y el conjunto de sus significados, es decir
es el más inmediato lingüísticamente hablando;
b-
El
contexto cultural: Tiene que ver con
otro tipo de entorno que permite al receptor recurrir sus competencias lectoras
para poder adecuar sus conocimientos previos a los nuevos proporcionados en el
texto. Este contexto es el responsable de la condición de la informatividad tal
como la entienden Beaugrande y Dressler (1981).
c-
Desde una perspectiva pragmático-discursiva,
Françoise Armengaud estudia el contexto presentándolo como un factor medular en el proceso comunicativo
y distinguiendo entre cuatro tipos de contexto:
§ El contexto
factual o circunstancial: relativo a la
identidad de los participantes o actores de la interacción. Es un contexto
existencial definido por la referencia a un tiempo y espacio determinados,
§ El contexto situacional o pragmática: en el
cual la situación comunicativa regida por las normas sociales,
§ El
contexto interaccional: tiene que ver con la disposición y encadenamiento de
los actos de habla,
§ El
contexto presuposicional; conformado por las informaciones inferidas por los
interlocutores.
Es sabido que la idea de la
introducción de la dimensión socio-cultural
en los estudios lingüísticos tiene sus fundamentos en las aportaciones de la
antropología que según R. Jakobson (
1952) ha insistido desde siempre en la intima relación existente entre la
lengua y la cultura[8].
De hecho, uno de las postulados teóricos básicos desarrollados por los
fundadores de antropología lingüística
(Boas 1911 y Sapir 1932) la imposibilidad de estudiar una cultura sin conocer
el código o códigos usados por la comunidad estudiada. El antropólogo
Malinowski señalaba,
ya desde 1939, que la lengua es
el suporte principal de la cultura y que el lenguaje; es la herramienta de la trasmisión cultural
que asegura el poder intelectual dentro de la sociedad y que permite forjar el destino de los pueblos, así como la
creación de obras artísticas y su difusión. En sus estudios diferenciaba entre
el “contexto situacional” del uso
de lenguaje y el contexto cultural que se define por ser más amplio e
importante desde el punto de vista de su función social: “Si la primera y
más fundamental función del habla es pragmática —dirigir, controlar y hacer de
correlato de las actividades humanas—, entonces, es evidente que ningún estudio
del habla que no se sitúe en el interior del «contexto de situación» es
legítimo” (Calsamiglia y Tuson: 1999: 103).
Halliday y Hasan, aunque han valorado la pertinencia de los dos
contextos en cuestión, han insistido en el valor significativo del segundo y su
imprescindibilidad en la interpretación textual. Así, los elementos
contextuales de índole socio-cultural, que condicionan la actuación discursiva,
determinan su interpretación. Según
Hasan el contexto de cultura podría definirse como “un cuerpo
integrado de todo el conjunto de significados disponibles en una comunidad: su
potencial semiótico. Cualquier sistema de significación es parte de este
recurso” (1989: 99). Schiffrin (1994) por su parte, insiste en la
importancia de estos dos tipos de contexto y agrega la “visión del mundo” como
otro aspecto contextual en el cual se fundamente toda producción lingüística y
su concomitante recepción. Esta visión se supone que ha de ser compartida por
el emisor y el receptor. En caso contrario, la comunicación vendría abajo. Bernárdez (1982) referencia a un contexto de
tipo intratextual, es decir que debido a la red de relaciones de dependencia
semántica entre las varias partes del texto, cada una de éstas constituye un
elemento contextual en función de la cual hay que interpretar la totalidad
textual.
Debido a la importancia de la
intertextualidad en la producción lingüística en general, algunos lingüistas
han llegado a la conclusión de que el texto ha de interpretarse en virtud del
contexto intertextual que lo determina. Pues, refiriéndose al texto literario,
Jonathan Culler y Northrop Frye sostienen que “es el contexto
intertextual el que constituye el contexto fundamental, el que al fin y al
cabo proporciona el entendimiento de la obra”. Según Herman Parret, la construcción del
sentido textual se basa fundamentalmente
en una contextualización discursiva y alega que
toda comunicación se fundamenta en un determinado contexto del cual no se puede prescindir, ya que “el aspecto
relacional de la significación tiene que ver con su incrustación en una
situación comunicativa” ”[9].
Es esencialmente debido a este tipo de
consideraciones que Albrecht Neubert
(1992:14) insiste en tres ideas fundamentales que caracterizan las
orientaciones de la investigación en el área de la LT:
Ø la primera estriba en que una
secuencia discursiva o un determinado
enunciado lingüístico no pueden interpretarse fuera del contexto al cual pertenece, o sea es decir el
texto,
Ø la segunda consiste en que todo
texto, en tanto que emisión, forma necesariamente parte de unos actos
comunicativos más amplios. Dicho de otro modo,
toda producción textual está abogada a integrarse en un macro-contexto
conformado por otros textos anteriores (intertextualidad),
Ø La tercera y última idea reside
en que toda emisión textual, por simple motivo de ser una producción personal,
es siempre individual; pero está
destinada a agruparse dentro de un determinado entramado textual, o sea a un
género o clase discursiva cuyas reglas de producción y normas de construcción
de sentido vienen predefinidas a priori.
Podemos inferir que todo nos da a
entender, tal como lo subrayan Calsamiglia y Tusón (1999:101) que “el
análisis del discurso se puede definir como el estudio del uso lingüístico
contextualizado.” Es un lugar común afirmar que un texto bien
construido y, por ende, susceptible de interpretarse con acierto, ha de
presentar la propiedad medular de “textualidad”. Este
concepto acuñado por Beaugrande y Dressler,
y divulgado en la investigación de la LT,
se refiere a un conjunto de rasgos que definen la entidad discursiva llamada
texto y que hace que sea algo más que una simple conglomeración de secuencias u
oraciones concatenadas. Pues, la LT
estudia la organización del lenguaje más allá de los límites arbitrarios de la
oración, enfocando el análisis sobre
unidades mayores como la conversación e indagando el uso del lenguaje en
distintos contextos de interacción social. Pues, es sabido que en los distintos enfoques frásticos
- adoptados por el estructuralismo en boga hasta mediados del siglo
pasado, no sólo en el área de la lingüística sino igualmente en el marco de las
teorías y críticas literarias, así como por las primeras tesis de la gramática
generativa, el nivel frástico se consideraba el parámetro medular en el
análisis lingüístico. La lengua en general se interpreta en función de un “sistema
de signos” o en función de un
procesamiento mental que justifica, al
fin y al cabo, sea la hipótesis del la
lengua como “aparato formal” de
comunicación (transmisión de mensajes /
Teoría de la Comunicación) sea producto
de unas operaciones mentales regidas por
unas reglas transformacionales aplicadas
a nivel frástico y que implican el paso de unas estructuras
profundas/subyacentes a otras superficiales.
Mientras que la LT tiende a
considerar que la realidad lingüística ha de explicarse en virtud de un nivel mayo que transciende los confines
frásticos e incluso inter-frásticos para establecer el texto como unidad de
análisis, considerando , al mismo tiempo el lenguaje como una forma de
actividad humana, un proceso muy complejo que se ha de analizar en su totalidad y en relación con las enmarañadas
relaciones e interrelaciones que se establecen entre sus componentes lingüísticos y extralingüísticos, concretos y
abstractos , explícitos e implícitos, etc.
La Lingüística textual y la pragmática
coinciden en su concepción del proceso comunicativo, ya que en las dos
disciplinas se parte de la convicción de que el lenguaje es, por antonomasia,
una entidad que nunca se utiliza
aisladamente de ciertos aspectos
determinantes relativos a los contextos comunicativos. Al contrario, se
produce siempre en estricta conexión con
unos determinados factores de índole extralingüística, que
resultan fundamentales para que la comunicación tenga lugar.
Los
dos tratadistas, al referirse a la estructura, ordenación y coyuntura
que permite la articulación de un producto textual sostienen
que se debe cumplir una serie de requisitos
constitutivos y complementarios relativos,
básicamente, a siete componentes que garantizan la mencionada propiedad de textualidad.
Al lado del conjunto de estas siete normas que conforman en este sentido los
“principios constitutivos” del texto, señalan igualmente otro conjunto que
ellos denominan “principios reguladores” conformado por tres factores
decisivos:
-
Eficacia,
-
Efectividad
y
-
Adecuación.
Se trata, en concreto, de unas
características elementales que
hacen del texto una unidad de sentido
planificada y organizada en función de unas ordenanzas de sesgo puramente lingüístico pero también
por normas extralingüísticas que tienen
que ver con el real uso del lenguaje en una determinada comunidad de
hablantes. Estas propiedades determinan no sólo la construcción del texto sino
igualmente su propia interpretación.
Definiendo el texto como “una
ocurrencia comunicativa”, Beaugrande y
Dressler (1981: 3) alegan que todo texto que pretenda ser “comunicativo” habrá de venir construido en consonancia con
siete normas de textualidad: Cohesión, Coherencia, Intencionalidad,
Aceptabilidad, Informatividad, Situacionalidad e Intertextualidad (1981: 3-11):
Texto
|
|
Textualidad Constituyentes de
articulación
|
|
Componentes
lingüísticos
|
Componentes extralingüísticos
|
Cohesión
|
Intencionalidad
|
Coherencia
|
Aceptabilidad
|
Intertextualidad
|
Informatividad
|
|
Situacionalidad
|
Hoy por hoy se supone que para la LT, la
existencia de estos
constitutivos es ineludible y
requiere el examen sistemático de la
producción lingüística –oral y escrita-
en un marco bien contextualizado por el uso del lenguaje en situaciones
reales. Esta perspectiva hace que esta rama de la lingüística coincida en sus orientaciones con otras tendencias disciplinarias tales
como la Pragmática, la
Sociolingüística Interaccional y el Análisis del Discurso. Pues, la Lingüística
del texto.
De este modo, podemos definir el texto alegando
con Fávero y Koch 1994 que es “una
unidad lingüística de sentido y de forma, hablada o escrita, de extensión
variable, dotada de textualidad” entendiendo por textualidad un conjunto rasgos que
confieren al texto su condición de construcción discursiva cuyo sentido y cuyas implicaciones semántico-pragmáticas
son susceptibles de percibirse por sus
receptores potenciales.
Es de señalar que estas características de
textualidad corresponden a uno determinado remitentes cuya sinergia
patentizan la estricta interrelación, interdependencia y complementariedad de
factores imprescindibles, tales como el mismo texto, el enunciador, el
enunciatario, el contexto, etc. Sin los cuales es imposible que se produzca una real y efectiva comunicación:
Siguiendo los “criterios de textualidad”
establecidos por Beaugrande y Dressler (1997), podemos explicitar las siete
propiedades del texto en función de
los tres componentes básicos:
1-
la
coherencia como conjunto de normas y pautas que permiten la articulación del
texto en unidades de tipo informativo;
2-
La
cohesión, en cuanto que relación establecida entre las micro-unidades textuales
3-
La
adecuación al contexto de comunicación determinado por los agentes de
producción y recepción, la función textual, etc. Y que según la taxonomía de los dos autores corresponde a
los cinco criterios de informatividad, situacionalidad,
intertextualidad, intencionalidad y aceptabilidad.
[1] - Con el concepto de
« cotexto » nos referimos a
los constituyentes lingüísticos que
figuran en torno a un determinado elemento enfocado como objeto de
estudio.
[2] - M. R.
V. Gregolin, por ejemplo, sostiene que todo el aparato teorico-metodológico del
AD tiene su fundamento en los postulados de las teorías esbozadas por tres
figuras emblemáticas que estudiaron minuciosamente los aspectos relativos a las
producciones textuale s y sus correspondientes
representaciones discursivas, a saber, Mikhail bakhtin, Michel Pecheux y
Michel Foucault. (‘Análise do discurso:
lugar de enfrentamentos teóricos”, In Cleudemar Alves Fernandes, João Bosco Cabral dos
Santos ( coord..), Teorias linguísticas: problemáticas
contemporâneas,
Editora EDUFU (Universidade Federal de
Uberlandia) , 2003,p.156.
[3] - Nos referimos, desde luego, al modelo
gramatical desarrollado por Hallida y cuya orientación es de sesgo
funcionalista, por lo que entiende que la forma del lenguaje natural está dada
en última instancia por ser una herramienta de comunicación.
[4]- Francisco Martín Migue,
La gramática de Halliday desde la filosofía de la ciencia, Almería,
Publicaciones de la Universidad Almería, 1998, p.153.
[5] - Con ‘ideología’
entendemos tanto las distintas modalidades del lenguaje inherentes a
determinados grupos de usuarios dentro de una comunidad de habla, como los
distintos posicionamientos que traducen diferentes formas de percepción o
visión del mundo. Por eso, sostenemos que los dos aspectos intervienen a la
hora de producir textos y rigen qué modalidad estructural han de usar los
interlocutores. Este aspecto fundamental en la construcción de los textos y en
su interpretación ha sido estudiado minuciosamente por Pêcheux (1990) quien lo trata en
términos de “formación ideológica” o “condición de producción del discurso”.
Pues según él, toda sociedad dispone de múltiples formaciones ideológicas y
cada una de éstas constituye una “formación discursiva”, eso es “lo que se puede
y se debe decir en una determinada época, en una determinada sociedad” PÊCHEUX,
M. Apresentação da AAD. In: GADET, F., H, AK, H. Por uma análise automática
do discurso (Uma introdução à obra de Michel Pêcheux). Campiñas:
Pontes:1990.
[6] - « Há o texto e há outro texto que o a companha, o
contexto, que vai além do que é dito he escrito, e inclui o
não-verbal, o auadro total no qual o texto se desenvolve e odne
debe ser interpretado. Um texto é
feito de sentidos, é uma unidade semántica .Como tal, deve ser considerado de
duas perspectivas: como produto e como proceso. Como produto é resultado e tem
uma construção que pode ser representada sistematicamente. É Processo no
sentido de ecolha semántica contínua na rede de significados potenciais, em que
cada escolha constiui o contexto para a série seguinte ». La traducción es
nuestra.
[7] - “[…] o contexto de cultura é mais
amplo, definindo a atividade social de uma cultura especifica de modo que os
significados de detrminados textos tenham um propósito, ou seja, costumes e
valores de uma determinada sociedade que influenciam a interpretação dos
textos” . La traducción es nuestra.
[8] - En una conferencia pronunciada en 1952 Jakobson
afirma que : “Los antropólogos nos prueban, repitiéndolo sin cesar, que
la lengua debe concebirse como parte integrante de la vida de la sociedad y que
la lingüística está en estrecha conexión con la antropología cultural”
(Cit. por Calsamiglia y Tusón,
1999: 103)
[9]-
Herman Parret afirma que “L’aspect
relationnel de la signification concerne son incrustation dans une situation
communicative et surtout l’interaction significative entre les sujets parlants
(constituant, en plus, un ‘monde’ commun à ceux qui sont engagés dans le
discours). Du fait que la communication manipule un contexte, on ne peut
pourtant isoler cet aspect sans risquer de tomber dans le
socio-psychologisme : une socio-psychologie du langage n’est pas une
pragmatique puisqu’elle n’est pas une véritable analytique du discours, mais
plutôt l’étude de la transmission de messages sans influence de la relation sur
le contenu de la communication. » (1980 :
67).
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