29.11.16

Texto y contexto

 Texto y contexto

     Es sabido que nuestra forma de hablar y de escribir no esta determinada soolo por  nuestro conocimiento puramente lingüístico, sino que está abocada a  fluir bajo los condicionamientos de nuestro ambiente, de lo que queramos decir o transmitir de la naturaleza del espacio de comunicación, de la identidad de nuestros receptores y del tipo de relación que nos une con ellos, de nuestra psique, de especifica situación comunicativa en la cual actuamos como participes, etc.   Ya desde 1975, Silverstein  ha demostrado que, incluso cuando se pretende estudiar una oración aislada, es imposible entender su sentido en todas sus dimensiones ya que,  "para dar una descripción del significado de una oración debemos tener algún tipo de dato sobre el contexto de situación del mensaje al que corresponde " (1975:161). Refiriéndose a este tipo de factores decisivos en la actuación comunicativa, Francisco Ayala afirma en su obra, Palabras y letras:

 “No se habla lo mismo en el salón que en el cuartel, en familia que entre estudiantes, o en una reunión política, o en la iglesia, o en la discoteca. Automáticamente, cada cual se adapta a las circunstancias del caso y habla de acuerdo con las normas pertinentes; tan impropio resulta el empleo en la intimidad familiar de un lenguaje “cuidado”, “escogido”, remilgado, como la expresión grosera en medio de un acto de académica u oficial solemnidad. Sin salirnos del sistema de nuestra lengua común, todos somos plurilingües, y cambiamos de lengua conforme cambiamos de ambiente” (1983: ).   

     El cambio de situación supone, según este planteamiento, la necesidad de cambio de registro lingüístico. Este fenómeno de dependencia entre situación comunicativa y lenguaje en uso ha sido tratado por varios estudios lingüísticos. La psicolingüística, lo ha abordado en función de la variedad lingüística vinculada, por ejemplo, con los criterios diatópico, diastrático y, sobre todo, difásico.

       La pragmática, por su parte, ha mostrado que el habla se practica en función de unos detalles que determinan no sólo las opciones relacionadas con  la entonación,  sino también los que tienen que ver con los aspectos morfo-sintácticos y semánticos  (la elección de tiempos verbales, de pronombres, de modalidades, conectores, léxico abstracto/concreto, sinonimia/ antonimia,   etc.)  e incluso  los relativos a las expresiones mímicas  y gestuales (como las facciones de la cara, movimientos con la mano, etc.). Estas actuaciones de índole “físico-lingüística” son importantes en el acto comunicativo y pueden suponer cambios de sentido que se explican, pragmáticamente, tal como lo alega Víctor Moreno  (2008: 30), por las causas siguientes:

Ø  El contexto extra-verbal o situación comunicativa, el grado de relación o de relación o distancia social, imponen la forma de nuestros enunciados; el conocimiento que tengamos o no de las características del lugar y el tiempo en que se efectúa el enunciado,
Ø  La intención, entendida como una idea etimológica, es decir, de dirección, de tendencia, de esfuerzo por conseguir algo de alguien,
Ø  La información pragmática que se tiene de la identidad del que nos oye o del destinatario nos lleva a hablar de una manera  o de otra.

     Un ejemplo concreto de esta variación de registro y de este tipo de “mutación físico-lingüística  debidas a estos factores condicionantes podría manifestarse en  las varias formas de un acto performativo como el de petición: articulado sea a base de verbos realizativos  explícitos o  implícitos,  sea  en función  un  trato formal o informal o simplemente recurriendo a un registro culto o familiar, etc. De hecho,  una vez finalizada la duración de un examen, un  profesor podría pedir de varias formas que sus alumnos le entreguen las copias:

-          Quiero que me entreguéis las copias.
-          ¿Podéis entregarme las copias?
-          Haced  el favor de entregar las copias.
-          ¿Me vais a entregar las copias o no?
-          ¡Vamos! ¡Las copias!
-           Ya se acabó el tiempo.
-           Ya es hora de ceder el aula a otro grupo de estudiantes.
-          Etc.   

     De estas multitud de formas de decir la misma cosa, se puede inferir que hay ciertos aspectos relativos al acto de comunicación,  y más concretamente a la actitud del emisor, que dependen del contexto. Con este término - « contexto » -, cuyo uso es muy frecuente en el discurso metalingüístico, se refiere, generalmente, a los constituyentes o elementos que circundan el propio acto de producción textual.  Alude a la situación comunicativa que abarca no sólo el “cotexto”[1]  sino igualmente un conjunto de elementos  inferenciales o referidos de forma implícita en el texto, así como aspectos extratextuales que determinan, de una forma u otra, la producción textual y su recepción por los receptores potenciales.       

   Es sabido que en la lingüística moderna, la LT  y el AD se instituyen como dos tendencias que, al contrario de las corrientes formalistas,  se han centrado más en el estudio de las características extrínsecas del texto, en la medida en que ha abogado por relacionar el texto con su contexto de producción. El AD tiene su fundamentación teórica, sobre todo, en la sociolingüística y la antropología. Este modo, en muchos casos, y según la perspectiva de estudio adoptada, (Calsamiglia y Tusón 1999 ) se recurre a los presupuestos de las teorías sociolingüísticas  de la interacción y de la variación, o también a las premisas de la etnografía de la comunicación o al análisis de la conversación  procedente del área de los estudios sociológicos. Se han desarrollado, del mismo modo,  otras orientaciones  basadas en los aspectos ideológicos del texto y, por ende, en el  análisis crítico del discurso que supone que cualquier discurso implica, forzosamente,  una toma de posición- explícita o implícita- sobre un estado de cosas del mundo, con un argumento ineludible  que defiende esta posición respecto a otras ideologías y a unas determinadas estructuras sociales de poder que están presentes en todas las sociedades. Esta tendencia se manifiesta sobre todo en estudios y tratados como los de Laborda (1977) y Martin Rojo y Whittaker  (1998).

         Así, indistintamente de la teoría  o perspectiva adoptadas, el estudio del texto se ha instaurado como una entidad que no puede estudiarse disyuntivamente  de su contexto de producción-recepción y, por consecuencia, se ha repensado el valor de las hipotéticas relaciones que, obligatoriamente, se establecen entre el enunciador y sus potenciales enunciatarios  y  los determinantes   -sociales, ideológicas, retoricas y estilísticas , etc., - de la situación comunicativa, o sea,  los que permiten a los sujetos de la comunicación presentar a sí mismos y a los otros en el discurso creado.     

     En esta línea interpretativa, podemos citar igualmente las aportaciones de M. Bakhtin, cuya obra se ha considerado propulsora de las investigaciones en el marco del AD y de la LT[2]. Pues, según este teórico, “las palabras son tejidas a partir de una multitud de hilos ideológicos y sirven de trama a todas las relaciones sociales en todos los dominios”(1982: 113). Desde esta perspectiva la enunciación es de carácter forzosamente social y la única forma de asimilarla es tener en cuenta el propio proceso de interacción verbal como factor situacional/ El uso de las palabras depende de contratos tácitos entre sus usuarios. Por eso la expresión verbal emana de las relaciones interpersonales y, escrita o articulada oralmente, la palabra se dirige a siempre a un receptor real  y su sentido adquiere constancia o variabilidad significativa en función de las relaciones establecidas entre el sujeto-emisor, como perteneciente a un grupo social, y su(s) interlocutor(es).  De ahí, que afirme que la auténtica sustancia de la  lengua viene constituida por “el fenómeno social de la interpretación verbal, realizada mediante la enunciación o enunciaciones. La interacción verbal constituye, de este modo, la realidad fundamental de la lengua” (1982: 123).

   Hay que tener en cuenta, del mismo modo, que el proceso comunicativo a través de los textos, sobre todo escritos, supone la existencia de un contrato tácito, entre el autor y el lector, que hace de este último no solo un mero descodificador sino un agente constructor de sentidos.  De hecho sostenemos, Peronard, M, Gómez Macker, L. (2000: 50),  que todo proceso de comprensión de supone una actividad no solo de simple codificación sino una actividad de productiva que hace que el lector construya un “texto interno” dentro del texto producido por el autor. De ahí que los dos tratadistas insistan en la idea de que todo proceso de comprensión se fundamenta en una estrecha relación de colaboración entre el autor y el lector. Desde este planteamiento cognitivo, José Antonio León, por su parte,  subraya la importancia los conocimientos previos (conceptual procedimental y actitudinal) compartidos  que hacen posible esta relación de complicidad:

 “Ambos, escritor y lector, deben participar de un espacio común de conocimiento. No debemos olvidar que los discursos se comprenden e interpretan porque se accede un conjunto de conocimientos universales y compartidos sobre el mundo, sobre las acciones humanas, que está altamente organizado y almacenado en la memoria.”(1996: 17). 
     Aparte de las investigaciones llevadas a cabo sobre las propiedades del texto, la LT se ha preocupado por la vieja problemática  del contexto. Refiriéndose a este aspecto relevante en los estudios textuales Vilela y Koch  afirman que:  

  Lo que se puede averiguar es que, desde su aparición hasta hoy día, la lingüística textual hizo un largo recorrido, ampliando a cada paso su centro de preocupaciones. De los simples análisis transfrasticos y de las tentativas de elaboración de una gramática textual, pasó a centrarse  no sólo en el texto en sí, sino también en todo el contexto –entendido éste en el sentido más amplio del término (situacional, socio-cognitivo y cultural)- y en la interferencia de éste en la construcción, en el funcionamiento y, de modo especial, en el procesamiento  estratégico-interaccional de los textos, vistos como la forma básica de interacción a través del lenguaje. (2001: 451).  


    De hecho, podemos decir que los estudios realizados con vistas a establecer las bases teóricas para una LT  han demostrado que la interpretación de un texto no depende tan sólo de instancias que determinan, en el proceso comunicativo,  la intecionalidad del emisor y tácito contrato de lectura que garantiza la gestión de los datos procesados y, por ende, la condición  de receptabilidad, sino que depende; de igual modo, de otros factores también condicionantes relativos a la situación comunicativa.
                                                                                                
     El concepto de “contexto” ha sido estudiado desde varias perspectivas en la lingüística moderna. Tanto la teoría general de comunicación como la Teoría de la enunciación han insistido en la pertinencia de este factor como ineluctable en la producción e interpretación lingüísticas. Jakobson ha introducido este concepto en su modelo de comunicación hablando del “contexto de referencia” como uno de los factores imprescindibles para que tenga lugar una comunicación efectiva:

El destinador manda un mensaje al destinatario. Para que sea operante, el mensaje requiere un contexto de referencia (un «referente» según otra terminología un tanto ambigua) que el destinatario pueda captar, ya verbal, ya susceptible de verbalización, un código del todo, o en parte cuando menos, común al destinador y al destinatario (o, en otras palabras, al codificador y  al descodificador del mensaje).” (Jakobson, 1988: 352).

       Según archiconocido esquema comunicativo jakobsoniano, los seis componentes (Destinador, Destinatario, mensaje,  contexto, contacto y código) constituyen el hecho discursivo y define las funciones del lenguaje (emotiva, conativa, referencial, fática, poética y metalingüística).
     Al referirse al llamado “contexto de situación”, Halliday alega que ningún “acto de significado” puede prescindir de este factor decisivo porque constituye el “entorno en el que se actúa e interpreta” y precisa que: “para que se pueda dar la comunicación, es necesario que quienes interactúan puedan especular sobre los tipos de significados que probablemente se intercambien. Hacen esto sobre la base de su interpretación del significado de la situación” 1979: 62.
    Desde el enfoque de la Gramática Sistémico-Funcional[3], Halliday  sostiene que el principio subyacente del lenguaje es su propia funcionalidad. De ahí habla de tres categorías de "metafunciones” universales que están presentes en todo lenguaje independientemente del contexto cultural en el cual se utilizan Halliday (1973: 37-41). Estas funciones constituyen lo que el lingüista funcionalista concibe como “sistema semántico” que regula, mediante sus posibilidades semánticas lingüísticas, la interacción del hablante con los demás y con el mundo:      
                                                     
a-      Metafunción interpersonal: se refiere al rol desempeñado por los participantes en la interacción comunicativa y, por tanto, a la “expresión de las relaciones sociales y personales” de los mismos;
b-      Metafunción ideacional:  se refiere al carácter del evento social y a “la expresión del contenido de acuerdo con la experiencia del hablante” como perteneciente a una determinada comunidad de habla; 
c-      Metafunción textual: referente al “cumplimiento de las exigencias de operacionalidad de una lengua” es decir al papel de la lengua o código , es decir las estructuras lingüísticas que permiten la transmisión del mensaje y que obedece usos normativos y a opciones exigidas por el contexto de interacción verbal.
                                                
     Halliday establece, igualmente, un grupo de “microfunciones” que, derivadas de las anteriores, se refieren a todos los distintos usos concretos y reales del habla, o sea, las que  permiten a los interlocutores expresar sus ideas en virtud de las especificidades del contexto de situación regidor del acto de comunicación. Estas microfunciones son las siguientes: 
1-      Instrumental,
2-      Reguladora,
3-      Interaccional,
4-      Personal,
5-      Heurística,
6-      Imaginativa,
7-      Informativa,
8-      Matemática,
9-      Pragmática.
     Partiendo de la convicción de que la lingüística “es una rama de la sociología” Halliday se aleja de las orientaciones psicológicas,  sin negar su relevancia, y  sostiene que que  “el lenguaje es parte del sistema social” (Martín Miguel, 1998: 122).  Para Halliday la relación entre los dos es muy compleja pero simbióticamente construida en la medida en que el contexto social determina la forma y el uso del lenguaje  y éste desempeña un papel básico en el proceso de sociabilización del hombre. Desde esta perspectiva el lingüista insiste en que “los actos de significar son por su propia naturaleza actos sociales, y todos los sistemas simbólicos son sistemas sociales”  y que toda comunicación supone, necesariamente un proceso de interacción ubicado en un contexto y condicionado por él, o sea,  “situado en los contextos de una comunidad y es reconocible como un tipo de proceso social dentro de los términos de la referencia establecidos por la cultura de la comunidad” (Martín Miguel, 1998: 122).    
     La propuesta  hallidayana de “semiótica social”,  que implica que el estudio del lenguaje ha de llevarse no desde un enfoque inmanentista – o sea examinarlo como un sistema independiente y aislado- sino como parte de un sistema mayor que es el social,  obliga a contemplar el lenguaje en su relación con sus dimensiones sociales, y por ende, desde un planteamiento sociolingüístico basado en el estudio de aspectos fundamentales  y entroncados tales como:
-          El sistema lingüístico
-          El texto
-          La situación
-          El registro
-           Las estructuras sociales.

    El texto se convierte según esta línea interpretativa en una concretización de una actividad social y permite la realización significados en un contexto  situacional concreto. La preocupación por elaborar una gramática textual representa uno de los principales objetivos del estudio del lenguaje desde la perspectiva “semiótica social”. El propio autor lo afirma diciendo: “mi propósito es construir una gramática para analizar textos: una que posibilite decir cosas sensatas y útiles sobre cualquier texto, hablado o escrito” ” (Martín Miguel, 1998: 136).      
      Con vistas  a explicar la naturaleza del llamado contexto de situación,  Halliday  sostiene que hay tres instancias que hace falta tener en cuenta, y que en gran parte constituyen las unidades de la GSF: el campo, el tenor y el modo Halliday, 1979: 62 y Halliday y Hasan; 1989: 12. Con el primer concepto se alude al evento que determina el carácter de la acción social, o sea aquello en que los actantes de la comunicación están involucrados. El segundo concepto, el tenor, tiene que ver que ver con los participantes en el proceso interaccional y, más concretamente, con sus respectivos roles y la naturaleza de las relaciones que los une. En cuanto la tercera, y ultima, noción hace referencia al propio texto y a sus funciones dentro del contexto interaccional incluyendo aspectos inherentes a la intención comunicativa, sus expectativas y sus efectos de índole pragmática: exponer informaciones, persuadir, ensenar, etc. Refiriéndose a estas categorías   cuya relación sistemática, permite, según la hipótesis hallidayana, definir la situación en la cual se desenvuelve la actividad comunicativa,  Francisco Martín Miguel  Francisco Martín Miguel  afirma parafraseando a Halliday:
        
   En general, la categoría field determina los significados que se identifican en la metafunción ideacional. Field  refiere a lo que está ocurriendo, a la naturaleza de la acción social que está teniendo lugar. La categoría tenor determina los significados interpersonales. Tenor refiere a quién está tomando parte en el acto comunicativo, y el papel tanto lingüístico como social que desempeñan los comunicantes. Finalmente, la categoría mode determina los significados textuales. Mode refiere a la organización simbólica del texto, su status, su función en el contexto, si la comunicación está siendo satisfactoria, etc. [4]
                                    
                                      
   Para Halliday, el texto como producción verbal corresponde a un entramado complejos de significados referenciales, interpersonales y textuales. Su textura supo en una correspondencia entre las dos propiedades esenciales de coherencia y cohesión. La construcción del sentido se logra gracias a red de relaciones semánticas y semióticas entre sus partes; unas de éstas siempre vienen dispuestas en el tejido textual de modo que unas proporcionan indicaciones contextuales para las otras. El texto ha de interpretarse siempre en función de una sinergia contextual  entre unos determinantes  internos y otros externos, eso es el contexto de situacional y cultural. En función de esta óptica sistémica, Halliday distingue entre Cuatro tipos de contextos:

a-      El contexto de situación: corresponde a la configuración del campo, tenor y modo entendidos como propiedades responsables de la naturaleza del registro usado en la producción textual. Este contexto actúa en el texto mediante las relaciones sistemáticas entre el contexto social y la articulación funcional del lenguaje en uso.

b-      El contexto cultural: constituido por los condicionantes de sesgo institucional y por el marco ideológico[5] su interpretación,
c-      El contexto intertextual: relativo a las distintas relaciones implícitas y explicitas que el texto mantiene con otros textos,   
d-     El contexto intratextual: se refiere a las distintas relaciones establecidas entre las partes y secuencias textuales, o sea la red de correlaciones semántico-lingüísticas que garantizan la coherencia y cohesión del texto.

     El enfoque propuesto por Halliday , para el estudio del fenómeno del lenguaje se basa en un enfoque semiótico- social y funcional. La  semiótica ha de entenderse  aquí como una  perspectiva de estudio que se dedica al estudio de la red de relaciones y correlaciones establecidas no sólo dentro de un sistema sino también entre varios sistemas. De este modo si la lengua constituye un sistema, lo mismo puede decirse de la cultura. Ésta se percibe como el dominio donde confluyen infinitos componentes como lingüísticos, sociales, etc. El estudio del lenguaje no puede hacerse aisladamente de la estructura social –considerada como un aspecto entre otros dl sistema social.

   Para Halliday el estudio del texto presupone el estudio del lenguaje, por la sencilla razón de que todo texto es, forzosamente, un lenguaje que se le asigna una determinada función en un contexto dado. Toda producción textual supone una doble perspectiva que Leci Borges Barbisan explica en un artículo titulado “Texto e contexto” (1995) sosteniendo que: 

“Hay el texto y hay otro texto que lo acompaña, el contexto, que va mas allá de lo dicho, e incluye lo no-verbal, el cuadro total en cual el texto se desarrolla y en función del cual se debe interpretar. Un texto está hecho de sentidos, es una unidad semántica. Como tal,  debe ser considerado desde dos perspectivas: como producto  es resultado y tiene una construcción que puede ser representada sistemáticamente. Es producto en el sentido de que corresponde a una opción semántica continua en la red de significados potenciales, en la cual cada opción constituye un contexto para la que la sigue.”[6].           
        
      En esta orientación interpretativa, todo texto debe interpretarse como una manifestación social, un evento de interacción y una instancia con sentido dependiente de un contexto particular. Pues, la ya mencionada  concepción del texto como resultado, a la vez, como proceso desarrolladla por Haliday  ha sido defendida por varios lingüistas para dar por sentada la  hipótesis de que todo texto se modula en función de las estructuras sociales y que son éstas las que posibilitan su creación. Lemke (1983: 158) ha insistido en el poder de la estructura social en la configuración de las producciones textuales; para Winograd (1988;28) se trata , en todos los casos de un acto comunicativo e interaccional que somete el lenguaje a la acción social, Couture (1991: 261) alega que el lenguaje es la clara “manifestación del intercambio social positivo”; Kress (1989) expone su teoría ampliando los alcances de los postulados hallidayanos considerando el texto como espacio interaccional e interindividual recalcando la dimensión colectiva de intercambio para sentar las bases de toda una teoría socio-lingüística.  
       Desde una perspectiva antropológica, Bronislaw Malinowsky ha demostrado a través de su teoría sobre el contexto que, hay en realidad, dos niveles contextuales que determinan el lenguaje en uso: el contexto de situación y el contexto de cultura:
-          El contexto de situación: este nivel es el responsable de las opciones relativas a la elección de regidas  por el registro lingüístico (alternativas léxicas y sintáctico-gramaticales). Se trata, por tanto, de un nivel léxico-gramatical.  
-          El contexto cultural: vinculado no sólo al suceso, es decir lo que acaece, sino también a unos factores culturales presupuestos en la práctica social. Este nivel opera en el dominio del género textual como modalidad cultural. En este sentido “el contexto de cultura es más amplio” y define “la actividad social de una cultura especifica de modo que los significados de determinados textos tengan un propósito, o sea costumbres y valores de una determinada sociedad que influyen en la interpretación de los textos” (Bonamin. 2009: 32)[7].

     Partiendo de la idea de que todo texto corresponde a un proceso de producción regido por un contexto específico, varios lingüistas ha adoptado la tesis  de los dos niveles contextuales desarrollada por  el antropólogo  polonés   .       
  
      El concepto de ‘contexto’ y  su rol fundamental en la construcción y reconstrucción del sentido textual ha constituido, entonces, el centro de enfoque de multitud de investigaciones en el marco de la  lingüística funcionalista orientada hacia el discurso, así como en los estudios de la pragmática de la gramática textual. Para  las  autoras Helena Calsamiglia  Blancafort  y Amparo Tusón (1999: 101) la introducción del concepto de contexto en estos estudios es lo que ha marcado una línea demarcadora entre los paradigmas basados en el estudio de la estructura oracional y los encauzados  hacia el tratamiento del texto como unidad mayor de comunicación:

El concepto de contexto es esencial para todos los estudios lingüísticos que se plantean desde una perspectiva pragmática o discursivo-textual. Precisamente, el aspecto que con más claridad define ese tipo de estudios y, al mismo tiempo, los distingue de los que se realizan desde un punto de vista estrictamente gramatical consiste en que aquéllos incorporan los datos contextuales en la descripción lingüística.

    Tratando el problema del contexto de situación entendido como “ambiente del texto”,  el lingüista británico Firth, basándose en las reflexiones de Malinovski   lo ha caracterizado como constructo que hace referencia a varios elementos tales como: los participantes, la acción verbal, los efectos de la acción verbal.  Estos elementos formantes del contexto de situación  han sido ampliados por otros componentes estipulados por Dell Hymes (cit por Halliday, 1978: 9):

-          La forma y el contenido del mensaje
-          Los escenarios,
-          Los participantes;
-          La intención y los efectos de la comunicación,
-          El código,
-          El medio,
-          El género;
-          Las normas de interacción. 
 
     Corroborando las hipótesis presentadas por Firth en 1957, Widdowson (1984), por parte, revaloriza el papel el condicionamiento que supone el contexto en todo proceso de comunicación y especialmente en los discursos escritos. Distingue en este marco entre dos vertientes contextuales:

a-      El contexto de situación propiamente dicha: constituye el entorno de actualización del texto  y el conjunto de sus significados, es decir es el más inmediato lingüísticamente hablando;

b-      El contexto cultural: Tiene que ver con otro tipo de entorno que permite al receptor recurrir sus competencias lectoras para poder adecuar sus conocimientos previos a los nuevos proporcionados en el texto. Este contexto es el responsable de la condición de la informatividad tal como la entienden Beaugrande y Dressler  (1981).


c-         Desde una perspectiva pragmático-discursiva, Françoise Armengaud estudia el contexto presentándolo como  un factor medular en el proceso comunicativo y distinguiendo entre cuatro tipos de contexto:

§  El contexto factual o  circunstancial: relativo a la identidad de los participantes o actores de la interacción. Es un contexto existencial definido por la referencia a un tiempo y espacio determinados,
§   El contexto situacional o pragmática: en el cual la situación comunicativa regida por las normas sociales,
§  El contexto interaccional: tiene que ver con la disposición y encadenamiento de los actos de habla,
§  El contexto presuposicional; conformado por las informaciones inferidas por los interlocutores.
  

     Es sabido que la idea de la introducción  de la dimensión socio-cultural en los estudios lingüísticos tiene sus fundamentos en las aportaciones de la antropología que según R. Jakobson  ( 1952) ha insistido desde siempre en la intima relación existente entre la lengua y la cultura[8]. De hecho, uno de las postulados teóricos básicos desarrollados por los fundadores de   antropología lingüística (Boas 1911 y Sapir 1932) la imposibilidad de estudiar una cultura sin conocer el código  o códigos usados  por la comunidad estudiada. El antropólogo Malinowski   señalaba,  ya desde 1939,  que la lengua es el suporte principal de la cultura y que el lenguaje;  es la herramienta de la trasmisión cultural que asegura el poder intelectual dentro de la sociedad y que permite  forjar el destino de los pueblos, así como la creación de obras artísticas y su difusión. En sus estudios diferenciaba entre el “contexto situacional” del uso   de lenguaje y el contexto cultural que se define por ser más amplio e importante desde el punto de vista de su función social: “Si la primera y más fundamental función del habla es pragmática —dirigir, controlar y hacer de correlato de las actividades humanas—, entonces, es evidente que ningún estudio del habla que no se sitúe en el interior del «contexto de situación» es legítimo” (Calsamiglia y Tuson: 1999: 103). 

     Halliday y Hasan,  aunque han valorado la pertinencia de los dos contextos en cuestión, han insistido en el valor significativo del segundo y su imprescindibilidad en la interpretación textual. Así, los elementos contextuales de índole socio-cultural, que condicionan la actuación discursiva, determinan su interpretación. Según  Hasan el contexto de cultura podría definirse como “un cuerpo integrado de todo el conjunto de significados disponibles en una comunidad: su potencial semiótico. Cualquier sistema de significación es parte de este recurso”  (1989: 99).  Schiffrin (1994) por su parte, insiste en la importancia de estos dos tipos de contexto y agrega la “visión del mundo” como otro aspecto contextual en el cual se fundamente toda producción lingüística y su concomitante recepción. Esta visión se supone que ha de ser compartida por el emisor y el receptor. En caso contrario, la comunicación vendría abajo.  Bernárdez (1982) referencia a un contexto de tipo intratextual, es decir que debido a la red de relaciones de dependencia semántica entre las varias partes del texto, cada una de éstas constituye un elemento contextual en función de la cual hay que interpretar la totalidad textual. 

     Debido a la importancia de la intertextualidad en la producción lingüística en general, algunos lingüistas han llegado a la conclusión de que el texto ha de interpretarse en virtud del contexto intertextual que lo determina. Pues, refiriéndose al texto literario, Jonathan Culler y Northrop Frye sostienen que “es el contexto intertextual el que constituye el contexto fundamental, el que al fin y al cabo proporciona el entendimiento de la obra”.  Según Herman Parret, la construcción del sentido textual  se basa fundamentalmente en una contextualización discursiva y alega que  toda comunicación se fundamenta en un determinado contexto del cual  no se puede prescindir, ya que “el aspecto relacional de la significación tiene que ver con su incrustación en una situación comunicativa” ”[9].

     Es esencialmente debido a este tipo de consideraciones que  Albrecht Neubert (1992:14) insiste en tres ideas fundamentales que caracterizan las orientaciones de la investigación en el área de la LT:

Ø  la primera estriba en que una secuencia discursiva o un determinado  enunciado lingüístico no pueden interpretarse fuera del  contexto al cual pertenece, o sea es decir el texto,
Ø  la segunda consiste en que todo texto, en tanto que emisión, forma necesariamente parte de unos actos comunicativos más amplios. Dicho de otro modo,  toda producción textual está abogada a integrarse en un macro-contexto conformado por otros textos anteriores (intertextualidad), 
Ø  La tercera y última idea reside en que toda emisión textual, por simple motivo de ser una producción personal, es  siempre individual; pero está destinada a agruparse dentro de un determinado entramado textual, o sea a un género o clase discursiva cuyas reglas de producción y normas de construcción de sentido vienen predefinidas a priori.

     Podemos inferir que todo nos da a entender, tal como lo subrayan Calsamiglia y Tusón (1999:101) que “el análisis del discurso se puede definir como el estudio del uso lingüístico contextualizado.” Es un lugar común afirmar que un texto bien construido y, por ende, susceptible de interpretarse con acierto, ha de presentar la  propiedad  medular de “textualidad”. Este concepto acuñado por  Beaugrande y Dressler,  y divulgado en la investigación de la LT, se refiere a un  conjunto de rasgos  que definen la entidad discursiva llamada texto y que hace que sea algo más que una simple conglomeración de secuencias u oraciones concatenadas.  Pues, la LT estudia la organización del lenguaje más allá de los límites arbitrarios de la oración, enfocando  el análisis sobre unidades mayores como la conversación e indagando el uso del lenguaje en distintos contextos de interacción social.  Pues, es sabido que en los  distintos enfoques  frásticos  - adoptados por el estructuralismo en boga hasta mediados del siglo pasado, no sólo en el área de la lingüística sino igualmente en el marco de las teorías  y  críticas literarias, así como  por las primeras tesis de la gramática generativa, el nivel frástico se consideraba el parámetro medular en el análisis lingüístico.  La lengua  en general se interpreta en función de un “sistema de signos”  o en función de un procesamiento mental que  justifica, al fin y al cabo,  sea la hipótesis del la lengua como “aparato formal”  de comunicación  (transmisión de mensajes / Teoría de la Comunicación)  sea producto de unas operaciones mentales regidas  por unas reglas  transformacionales aplicadas a nivel frástico y que implican el paso de unas estructuras profundas/subyacentes a otras superficiales.   Mientras que la LT  tiende a considerar que la realidad lingüística ha de explicarse en virtud de  un nivel mayo que transciende los confines frásticos e incluso inter-frásticos para establecer el texto como unidad de análisis, considerando , al mismo tiempo el lenguaje como una forma de actividad humana, un proceso muy complejo que se ha de analizar en  su totalidad y en relación con las enmarañadas relaciones e interrelaciones que se establecen entre sus componentes  lingüísticos y extralingüísticos, concretos y abstractos , explícitos e implícitos, etc.        
     La Lingüística textual y la pragmática coinciden en su concepción del proceso comunicativo, ya que en las dos disciplinas se parte de la convicción de que el lenguaje es, por antonomasia, una entidad que nunca se utiliza  aisladamente de ciertos  aspectos determinantes  relativos a los  contextos comunicativos. Al contrario, se produce siempre en estricta conexión con  unos determinados factores de índole extralingüística,  que  resultan  fundamentales  para que la comunicación tenga lugar.   
          
    Los  dos tratadistas, al referirse a la estructura, ordenación y coyuntura que permite la articulación de un producto textual   sostienen  que  se debe cumplir   una serie de  requisitos  constitutivos y complementarios  relativos, básicamente, a siete  componentes  que garantizan la mencionada propiedad de textualidad. Al lado del conjunto de estas siete normas que conforman en este sentido los “principios constitutivos” del texto, señalan igualmente otro conjunto que ellos denominan “principios reguladores” conformado por tres factores decisivos:
-          Eficacia,
-          Efectividad y
-          Adecuación.

     Se trata, en concreto,  de unas  características  elementales que hacen del texto una unidad  de sentido planificada y organizada en función de unas ordenanzas  de sesgo puramente lingüístico pero también por normas extralingüísticas que tienen  que ver con el real uso del lenguaje en una determinada comunidad de hablantes. Estas propiedades determinan no sólo la construcción del texto sino igualmente su propia interpretación.

        Definiendo el texto como “una ocurrencia comunicativa”,  Beaugrande y Dressler (1981: 3) alegan que todo texto que pretenda ser “comunicativo”  habrá de venir construido en consonancia con siete normas de textualidad: Cohesión, Coherencia, Intencionalidad, Aceptabilidad, Informatividad, Situacionalidad e Intertextualidad (1981: 3-11):

                                                                  Texto

Textualidad                       Constituyentes de articulación

Componentes lingüísticos
Componentes extralingüísticos
Cohesión
Intencionalidad
Coherencia
Aceptabilidad
Intertextualidad
Informatividad

Situacionalidad

       Hoy por hoy se supone que para la LT,  la  existencia  de estos constitutivos   es ineludible y requiere  el examen sistemático de la producción lingüística –oral y escrita-  en un marco bien contextualizado por el uso del lenguaje en situaciones reales. Esta perspectiva hace que esta rama de la lingüística coincida  en sus orientaciones con otras  tendencias disciplinarias  tales  como la  Pragmática, la Sociolingüística Interaccional y el Análisis del Discurso. Pues, la Lingüística del texto.

     De este modo, podemos definir el texto alegando con Fávero y Koch 1994  que es “una unidad lingüística de sentido y de forma, hablada o escrita, de extensión variable, dotada de textualidad” entendiendo por  textualidad un conjunto rasgos que confieren al texto su condición de construcción discursiva cuyo sentido  y cuyas implicaciones semántico-pragmáticas son susceptibles de percibirse por sus  receptores potenciales.     

     Es de señalar que estas características de textualidad corresponden a uno determinado remitentes cuya sinergia patentizan la estricta interrelación, interdependencia y complementariedad de factores imprescindibles, tales como el mismo texto, el enunciador, el enunciatario, el contexto, etc. Sin los cuales es imposible que  se produzca una real y efectiva comunicación:
 

     Siguiendo los “criterios de textualidad” establecidos por Beaugrande y Dressler (1997), podemos explicitar las siete propiedades del texto en función de  los  tres componentes básicos:

1-      la coherencia como conjunto de normas y pautas que permiten la articulación del texto en unidades de tipo informativo;
2-      La cohesión, en cuanto que relación establecida entre las micro-unidades   textuales

3-      La adecuación al contexto de comunicación determinado por los agentes de producción y recepción, la función textual, etc. Y que según  la taxonomía de los dos autores corresponde a los cinco criterios de  informatividad, situacionalidad, intertextualidad, intencionalidad y aceptabilidad.




[1] - Con el concepto de « cotexto » nos referimos a  los constituyentes lingüísticos que  figuran en torno a un determinado elemento enfocado como objeto de estudio. 
[2] - M. R. V. Gregolin, por ejemplo, sostiene que todo el aparato teorico-metodológico del AD tiene su fundamento en los postulados de las teorías esbozadas por tres figuras emblemáticas que estudiaron minuciosamente los aspectos relativos a las producciones textuale s y sus correspondientes  representaciones discursivas, a saber, Mikhail bakhtin, Michel Pecheux y Michel Foucault. (‘Análise do  discurso: lugar de enfrentamentos teóricos”, In   Cleudemar Alves Fernandes, João Bosco Cabral dos Santos ( coord..), Teorias linguísticas: problemáticas contemporâneas,  Editora EDUFU (Universidade Federal de Uberlandia) , 2003,p.156.
[3] - Nos referimos, desde luego, al modelo gramatical desarrollado por Hallida y cuya orientación es de sesgo funcionalista, por lo que entiende que la forma del lenguaje natural está dada en última instancia por ser una herramienta de comunicación.

[4]- Francisco Martín Migue, La gramática de Halliday desde la filosofía de la ciencia, Almería, Publicaciones de la  Universidad Almería, 1998, p.153.

[5] - Con ‘ideología’ entendemos tanto las distintas modalidades del lenguaje inherentes a determinados grupos de usuarios dentro de una comunidad de habla, como los distintos posicionamientos que traducen diferentes formas de percepción o visión del mundo. Por eso, sostenemos que los dos aspectos intervienen a la hora de producir textos y rigen qué modalidad estructural han de usar los interlocutores. Este aspecto fundamental en la construcción de los textos y en su interpretación ha sido estudiado minuciosamente   por Pêcheux (1990) quien lo trata en términos de “formación ideológica” o “condición de producción del discurso”. Pues según él, toda sociedad dispone de múltiples formaciones ideológicas y cada una de éstas constituye una “formación discursiva”, eso es “lo que se puede y se debe decir en una determinada época, en una determinada sociedad” PÊCHEUX, M. Apresentação da AAD. In: GADET, F., H, AK, H. Por uma análise automática do discurso (Uma introdução à obra de Michel Pêcheux). Campiñas: Pontes:1990.   
[6] - «  Há   o texto e há outro texto que o a companha, o contexto, que vai além do que é dito he escrito, e inclui  o  não-verbal, o auadro total no qual o texto se desenvolve e  odne  debe ser interpretado. Um texto  é feito de sentidos, é uma unidade semántica .Como tal, deve ser considerado de duas perspectivas: como produto e como proceso. Como produto é resultado e tem uma construção que pode ser representada sistematicamente. É Processo no sentido de ecolha semántica contínua na rede de significados potenciais, em que cada escolha constiui o contexto para a série seguinte ». La traducción es nuestra.
[7] - “[…] o contexto de cultura é mais amplo, definindo a atividade social de uma cultura especifica de modo que os significados de detrminados textos tenham um propósito, ou seja, costumes e valores de uma determinada sociedade que influenciam a interpretação dos textos” . La traducción es nuestra.
[8] - En una conferencia pronunciada en 1952 Jakobson afirma que : “Los antropólogos nos prueban, repitiéndolo sin cesar, que la lengua debe concebirse como parte integrante de la vida de la sociedad y que la lingüística está en estrecha conexión con la antropología cultural” (Cit. por Calsamiglia y Tusón, 1999: 103)
[9]-  Herman Parret  afirma que  “L’aspect relationnel de la signification concerne son incrustation dans une situation communicative et surtout l’interaction significative entre les sujets parlants (constituant, en plus, un ‘monde’ commun à ceux qui sont engagés dans le discours). Du fait que la communication manipule un contexte, on ne peut pourtant isoler cet aspect sans risquer de tomber dans le socio-psychologisme : une socio-psychologie du langage n’est pas une pragmatique puisqu’elle n’est pas une véritable analytique du discours, mais plutôt l’étude de la transmission de messages sans influence de la relation sur le contenu de la communication. » (1980 : 67).    

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