Hablar de la
lectura supone abordar el proceso de recepción fundado esencialmente
sobre la actividad de comprensión, entendida ésta en el sentido que le da
Dubois: “ensemble des activités qui mettent
en relation le stock acquis passif avec les possibilités du texte”. No obstante, uno de los problemas que se plantea en
este sentido consiste en que estas “posibilidades” proporcionadas por un
determinado texto no se perciben de la misma forma por sus receptores. Aparte de eso, un mismo lector no se
comporta del mismo modo frente a todos los textos; es más un mismo lector puede
cambiar de actitud frente a un texto según el lugar el tiempo y la finalidad
del proceso lector.
Una lectura lineal difiere totalmente de
otra que toma en consideración la actividad de jerarquización de las
informaciones o la que se basa en la explotación de los indicios tácitos que a
veces pueden pasar desapercibidos en lectura no atenta.
Varias
son las razones que justifican el porqué de la lectura. Se lee por necesidad o
por pura voluntad, por placer, por deseo
de aprender o por una intención de
actuar. Se lee para adquirir un modus
operandi o un modus vivendi. Podemos decir que son los propósitos de lectura
los que determinan, generalmente, lo que se tiene que leer (el tipo o género
textuales) y cómo se debe leer (qué estrategias se tienen que explotar).
Partiendo de la propuesta “estética” de de
Rosenblatt, Tergway Vanhulle y Lafontaine (2003:18) sostienen que el proceso
transaccional, puede contemplarse en función de dos posiciones lectoras: la
primera tiene que ver con la esfera privada de la lectura (placer, emoción, etc.),
la segunda va orientada hacia el uso del texto una vez finalizada la lectura.
Por esta razón afirman que el lector competente tiene la posibilidad de leer a base de unos propósitos
totalmente distintos: placer, evasión, descubrimiento de visiones y
percepciones, construcción de los propios conocimientos, etc. [1].
La lectura puede ser integral o parcial,
silenciosa o oralizada. Pero lo que nos
importa más es que, durante el proceso de recepción, el lector se instituye como un agente activo, que desde
una situación de lectura/comprensión recurre a sus conocimientos previos, o sea
a su memoria lectora, para hacer frente al texto que está leyendo. En este
proceso entra en juego, entonces, un
saber y un saber hacer adquiridos,
anteriormente, mediante experiencia similares
de lectura. Pues, las lecturas
anteriores suponen, como lo alega W. Iser “el proceso por el cual adquirimos
experiencia” (1972: 296). Por eso,
la dimensión intertextual se abre como una perspectiva que determina cualquier
proceso de recepción, tal como determina los procesos de producción textual. En
efecto, la lectura se hace siempre a partir de una serie de hipótesis:
-
Hipótesis
globales: pensadas a partir del tipo de tema o tópico tratado, o también a
partir de las características generales del género al cual pertenece el texto
objeto de lectura,
-
Hipótesis
sobre la forma del texto, o sea, sobre
el estilo, las estructuras lingüísticas,
estructura textual, etc.
-
Hipótesis
sobre el marco socio-cultural de la producción textual,
-
Hipótesis
sobre las intenciones del autor/ emisor y, por tanto, sobre la propiedad textual de intencionalidad
(incluyendo la dimensión ideológica: ). Se trata, en realidad aquí de los dos
niveles vinculados a los actos de habla a los que se recurre en el proceso de
comunicación: el nivel ilocutorio (la intención) y el nivel perlocutorio (el
efecto que se desea producir en el lector).
-
Hipótesis
formuladas a partir de los paratextos: epígrafes, títulos, ilustraciones, gráficos,
epílogos, etc.
Siguiendo
esta línea interpretativa podemos decir que la actividad lectora es una
actividad temporal y temporalista, ya que el factor tiempo interviene de forma
decisiva en todo el proceso. De ahí cabe la posibilidad de hablar tres
modalidades de hipótesis que se instauran como soportes de la comprensión
lectora:
a)
Hipótesis
de pre-lectura
b)
Hipótesis
de lectura (que se hacen durante la lectura propiamente dicha) y
c)
Hipótesis
de pos-lectura.
De
todo esto se infiere que la comprensión de un texto, o la reconstrucción del sentido textual, no
emana de la simple de frases
concatenadas, sino de toda una operación de gestión y negociación de sentidos
diversificados: unos son expresos/ explícitos y muchos son latentes. Diríamos,
en suma que todo depende de la competencia lectora que, a nuestro modo de ver,
se fundamenta en tres componentes esenciales:
- Sub-competencia lingüística:
relativa a la habilidad gramático-sintáctica y semántica del lector,
Sub-competencia
discursiva: vinculada con el saber,
o sea los conocimientos previos, especialmente sobre las características
especificas del genero textual, las normas de su producción, sus implicaciones
pragmáticas, su situación de producción,
etc.,
ü Sub-competencia
referencial: tiene que ver con
llamadas referencias extratextuales y se basa en las destrezas de inferencia, a
partir de los indicios explotados en el texto, así como en el saber hacer adquirido y
apela a la dimensión socio cultural de la situación de lectura, es decir la ya
mencionada “formación ideológica” que según Pecheux (1990) es responsable de la configuración las
representaciones mentales, de la cosmovisión
o visión que se tiene del mundo y de sus
cosas, etc.
Buscando
en las orientaciones de la LT, los fundamentos teóricos que dan sustentación al
concepto de texto, salta a la vista la
idea de que se trata, tal como lo afirma Siqueira (1985), de una “unidad
significativa con coherencia” que corresponde a “un modelo mental” que no
adquiere su real sentido más que con la lectura. Pues, todo producto textual
supone, de este modo, “proceso cognitivo complejo de informaciones que produce
interaccionalidad y conocimientos nuevos para el lector”.
Urge señalar, aquí, que una de las nociones
fundamentales, que han sido desarrolladas en el marco de los estudios de la LT
es el de Textualización que implica que el estudio de un texto ha de hacerse
teniendo en cuenta que se trata de una “realidad” que se produce pensando no
sólo en aspectos lingüísticos, sino igualmente en aspectos sociales y
cognitivos. Y si el texto, como lo alega Beaugrand (1997:13) “no existe,
como texto, a menos que alguien lo procese como tal”, cabe recalcar que
tampoco existe fuera de la concepción defendida
por la LT que lo considera como un proceso de producción/recepción. Esto supone que el texto se completa sólo con
la participación de su lector/oyente.
Niveles de
lectura:
Partiendo de la clasificación propuesta por
Barret, adoptada por Clymer y teniendo en cuenta las aportaciones de otros
estudiosos como P..H. Johnson y J. D. Cooper,
podemos decir que las dimensiones cognitivas del proceso lector y de la
actividad de coprension se presentan en tres niveles: el literal, el
inferencial y el crítico. De hecho, según la actitud adoptada por el receptor
(lector/oyente), y en función de las competencias lectoras vehiculadas en el
proceso de recepción, se puede distinguir entre tres niveles de lectura que
podemos sintetizar en el esquema siguiente:
Niveles
de actuación lectora
|
Nivel literal: Saber-hacer :
Búsqueda
y extracción de informaciones directas
|
Nivel inferencial: Saber-hacer :
Deducción
de informaciones,
resumen
de ideas importantes
|
Nivel critico Saber-hacer :
Reflexión, Evaluación, argumentación,
Uso
de conocimientos previos,etc.
|
Se trata, en realidad, de tres niveles de
comprensión lectora que dependen de la actitud descifradora, del tipo del
saber-hacer y de las estrategias vehiculadas por el lector. En el nivel literal
se rastrean las ideas que se manifiestan en el plano de las denotaciones e
informaciones directas y explícitas proporcionadas por el texto. En el nivel
inferencial se pasa de la dimensión representativa
del código textual a otra de carácter referencial para buscar las implicaciones
del enunciado, o sea lo dicho implícitamente. Mientras que el nivel crítico se
refiere a la negociación del sentido
global del texto y sus implicaciones ideológicas a partir de un posicionamiento
lector basado en formulaciones de juicios y presentación, por ejemplo, de
argumentos y contraargumentos.
No obstante, cabe señalar, a estas alturas, que estos niveles de lectura
no suponen, de ningún modo, que se trata de actividades separadas ya que estos
niveles se complementan y el “buen lector”, tal como lo afirman Catalá, Monclùs y Molina es aquel que los
utiliza de forma simultánea[2].
Nivel
literal.
El nivel literal de la actividad lectora,
tal como lo indica su propio apelativo, se refiere a la recuperación de las
informaciones planteadas y dispuestas linealmente en el texto. El adjetivo
“literal” se utiliza aquí para aludir al
sentido “conforme a la letra del texto”, es decir “al sentido exacto
y propio, y no lato ni figurado; de las palabras empleadas en él”[3].
Este nivel implica un posicionamiento
lector que se concentra en la actividad de reconocimiento y memorización de los
hechos tal como vienen dispuestos en el texto sin ir más allá de los límites del sentido propio y
composicional de los constituyentes
léxico-sintácticos. La comprensión de carácter literal se concentra, así, en
las informaciones e ideas planteadas
explícitamente en el texto. Dicho de otra forma, en este nivel se tiende a unos
recursos de índole propiamente lingüística para entender y explicar contenidos
y mensajes desde el “conocimiento inmanente del código”[4].
.(…)
[E]l mundo textual contiene información que va mucho más allá del sentido
literal de las expresiones que aparecen en la superficie textual: de manera
casi automática, los procesos cognitivos aportan cierta cantidad adicional de
conocimiento, denominado sentido común, que deriva de las expectativas y de las
experiencias de los participantes en la interacción comunicativa relativas a la
manera como se organizan los acontecimientos y las situaciones en el mundo
real. (Beaugrand, Dressler, 1981: 135-136).
Nivel
inferencial
Inferencia y
construcción del sentido
Toda enunciación supone, por
excelencia, un acto intencional
concretizado mediante una articulación bidimensional que engloba la propia
emisión lingüística (secuencia sonora + el sentido composicional) y la
motivación del sujeto enunciador que, tal como lo demuestran las premisas
pragmáticas- no corresponde necesariamente al sentido literal del enunciado:
¡Dame algo de comer!
El paso de un sentido literal a otro
implícito presupone deducir una información no dicha en el enunciado. Se trata
de una estrategia de interpretación en virtud de los elementos contextuales
posibilitados por unos procedimientos de índole inferencial. De ahí, podemos
decir que toda interpretación que se hace, a partir de unos datos o
informaciones suficientes, con la
finalidad de establecer unas relación lógicas entre las premisas y las
conclusiones[5].
Es precisamente esta posibilidad de
lectura inferencial de los enunciados y secuencias textuales la que nos permite distinguir entre dos tipos de
enunciados acudiendo a dos criterios distintos:
1-
El
primer tipo de enunciados es aquel en el
cual el sentido es completamente literal. La ausencia de de cualquier giro
expresivo de desliz semántico, de lenguaje figurado, alegórico, simbólico,
idiomático, etc. hace que el enunciado sea asociado a una sola y única intención:
Ej.:
-
Te prometo venir a visitarte mañana.
El yo/enunciador se designa como sujeto voluntario de de la obligación de
venir a casa del enunciatario. El sentido unidireccional aquí va delimitado en
gran parte por la categoría gramatical “performativa” del verbo
“prometer” que, como otras formas verbales (ordenar, pedir, rogar, jurar,
etc.), presupone, pragmáticamente hablando, actos de habla performativos por
realizar la acción que nombran[6].
2-
El
segundo tipo de enunciados se refiere a aquellos en los que el enunciador puede asociar, según
las posibilidades elección, intenciones implícitas o subyacentes, cuya
deducción o inferencia se hace posible
sólo por el contexto o la situación
enunciativa y, por tanto, por la
competencia textual del alocutario:
Ej.:
-Está lloviendo:
-
Hace
mal tiempo.
-
Hay
que llevar un paraguas.
-
No
saldremos esta tarde.
-
No
hace falta regar las plantas del jardín.
-
Los
chicos se van a mojar
-
El
meteorólogo se ha equivocado otra vez.
-
Etc.
La pluralidad de las interpretaciones se
debe, en gran parte, a que los factores de inferencia varían contextualmente y
dependen de datos, señales, huellas, o ideas en las que se basa para llegar a
una conclusión. Dichos factores tienen que ver, entonces con los indicios
proporcionados en el contexto textual y extra-textual. Así, podemos recurrir a
otro ejemplo ilustrativo de situación comunicativa, similar al presentado por Salvador Gutiérrez-Ordoñez (1995: 27), un
individuo, que tiene deuda material con una organización sospechosa, llega a su
casa y halla en el buzón de correos un papelillo que dice:
-
El
patrón te visitará dentro de un par de horas para decirte unas cuantas palabras.
La
lectura de este enunciado supondría, según los criterios pragmáticos de P.F.
Strawson un caso de ambigüedad cuya ambivalencia discursiva se tiene que
remediar recurriendo a tres vertientes
de significados:
1-
El
significado ‘A’ que es
puramente literal: la literalidad implica aquí la recuperación de la
información en sentido propio y composicional, es decir que el visitante vendrá
a hablar y discutir.
2-
El
significado ‘B’ de tipo referencial:
en este nivel se tomaran en consideración los indicios presupuestos en la
situación comunicativa: la demora en satisfacer la deuda, el carácter
sospechoso del grupo encabezado por dicho patrón, etc. El significado
referencial equivale a una amenaza y el lector debe entender que el adeudado ha
de prepararse a una sanción (recibir un castigo): “Corres un grave peligro”.
3-
Significado
‘C’ de índole ilocutiva: Aunque este
sentido es deducido por inferencia,
queda de carácter puramente pragmático y va inherente a la intención del
“emisor”. Pues, en este tipo de situación comunicativa la intención del
remitente del mensaje sería “¡No te quedes en casa!”. En este caso los
elementos extratextuales podrían suponer una relación de amistad, cariño, etc.
entre el receptor (amenazado) y el emisor del mensaje, o simplemente un
carácter de compasión, piedad o
generosidad de este último.
De este modo, podemos deducir que el
sentido de un texto no depende sólo de lo que dicen sus palabras, sino también
lo que implican en función de las indicaciones contextuales. Este sentido será
construido, tal como lo alegan los postulados de la LT, por toda una red de
significados rastreados y recuperados a partir de las informaciones e indicios
textuales y extratextuales[7].
Notamos que en el significado literal, el
lector se enfrenta al texto con miras a una descripción y explicación de las
estrategias lingüísticas optando por la abstracción de los elementos
discursivos de tipo externo y fijándose sólo en los constituyentes del co-texto[8]. En
cuanto al significado referencial e ilocutivo, son el resultado de inferencias
que emanan de la competencia pragmática del lector. De este modo queda patentemente
establecido que “el sentido figurado y
la pragmaticidad en el contexto discursivo ultrapasan el sentido literal (Sanz,
1999: 319)[9]. Para nosotros, asumimos que la actividad
lectora, según la LT textual, supone que el sentido global del texto abarca estos
tres niveles de significado y, por tanto incluye el significado pragmático.
La
preocupación por sentido pragmático es fundamental ya constituye uno de los
componentes que integran el sentido global
de todo texto. Es, precisamente, por esto que Van Dijk (1978) elabora su
propuesta teórica fijándose en todos estos componentes considerando que una gramática
textual y discursiva ha de centrarse en tres aspectos fundamentales: la forma,
el sentido y la función. Para el lingüista holandés, todo propósito de estudiar una producción
discursiva necesita recurrir a un
conocimiento complejo que aúna lo sintáctico, lo semántico y lo pragmático. Por
eso, refiriéndose al objetivo principal
de la gramática textual afirma que:
Mientras la sintaxis
organiza la forma y la semántica el significado y la referencia de esas
oraciones y textos, la pragmática analiza su función (o fuerza) ilocutiva como
actos de habla. En un sentido muy amplio, se podría considerar la pragmática
como uno de los componentes principales de una gramática que tiene como tarea
relacionar, la forma, el significado y la función de oraciones o textos. (van Dijk, 1978:
59).
Dejando aparte la perspectiva
pragmática, podemos decir que el
fenómeno de la inferencia puede explicarse a la luz de las discrepancias
conceptuales entre texto y discurso y, por consecuencia puede entenderse como
mecanismo de producción textual y, a la vez, como estrategia del proceso
receptor, o sea, de la actividad lectora.
Pues, teniendo en cuenta que el discurso corresponde a un proceso de
interacción definido por su carácter colectivo, regulado por normas
extratextuales (de tipo social, cultural y cognitivo) y sujetado a diversas
formas de decir, puede decirse que todo discurso es susceptible de
concretizarse mediante, al menos, por dos formas de decir: una figurativa
(donde predominan las expresiones connotativas) otra temática (donde se nota la
preponderancia de la expresión denotativa). Esto significa que dos textos
diferentes desde el plano de su estructura superficial pueden confluir hacia el
mismo discurso. Como botón de muestra podemos presentar los dos textos
siguientes:
1-
Un
caballo, casi muerto de hambre y de sed, caminaba sólo en el desierto. Después
de tantas horas de búsqueda en el calvario arenoso, llegó a un oasis donde
había mucha vegetación y un manantial de aguas cristalinas. Perplejo, el
caballo no sabía qué hacer primero: comer o beber. Se quedó indeciso y, al
final, cayó muerto de hambre y sed.
2-
Existen,
en la vida, unas personas que se sienten perdidas. Por eso, pese a las
oportunidades que se les presentan, acaban perdiéndolas todas por su falta de
decisión.
He
aquí dos modalidades textuales que representan dos variantes combinatorias de
una misma orientación discursiva. El primer texto narra, literalmente, la
historia de un caballo, pero inferencialmente, representa una expresión
alegórica, entendida ésta en su sentido retórico, eso es “plasmación en el
discurso de un sentido recto y otro figurado, ambos completos, por medio de
varias metáforas consecutivas, a fin de dar a entender una cosa expresando
otra diferente”[1].
La inferencia, como destreza lectora, hace posible la interpretación de
los textos irónicos. Esto supone que se trata de un mecanismo de interacción
que actúa básicamente a nivel del proceso de recepción y, más concretamente, en
el caso de las modelizaciones enunciativas en cuya interpretación el
receptor se disocia del sentido literal para fijarse en otro implícito. Para
explicar este caso recurrimos al ejemplo que Adam aduce a la hora de hablar de
la polifonía inherente al discurso irónico (2012: 195). Pues, según él, el
valor ilocutorio del acto de “felicitar” puede expresarse por distintas formas
enunciativas:
-
Mediante un
acto expresivo sustentado por la interjección
monoremática como: ¡Bravo!,
-
Empleando un
enunciado performativo: “Te felicito”.
-
Recurriendo al
uso de una estructura nominal como: “¡Congratulación- ¡Enhorabuena!, etc.
Estas tres alternativas pueden ir acompañadas
por otras expresiones no verbales que complementan el contexto o situación
comunicativa: apretando la mano, moviendo la cabeza, etc. No obstante, estos
mismos enunciados pueden implicar la manifestación de
la satisfacción experimentada por el emisor
con motivo de algún suceso fausto, para significar un acto
de insatisfacción o de reprobación.
Pues, la realización del acto discursivo mediante un tono que modula el
enunciado para que tenga un sentido irónico. Pues teniendo en cuenta un
contexto de “torpeza” o “error”
cometidos por el receptor, los tres enunciados adquieren su valor
polifónico, en la medida en que el punto de vista [PdV1] permite dar cuenta del
desdoblamiento polifónico propio a la ironía: el locutor [L] se disocia [#] de
un PDV (Congratulaciones) para asociarse [=] a otro [PdV 2] (reprobación):
L # [PdV
1] (felicitar)
L = [PdV 2]
(desaprobar)
El nivel
inferencial se sitúa, de este modo,
según el planteamiento de Adam, en un plano de la referencia como
representación discursiva [Rd] construida por el contenido de la proposición/
enunciado pero también en el plano del valor ilocutorio resultante de las
habilidades argumentativas del este enunciado.
Se trata, aquí, de una cuestión de suma importancia que ha
hecho correr mucha tinta con moras a dilucidar las incógnitas del leguaje
respecto a su uso y función. Los lingüistas convienen en que no todo el léxico de una lengua establece
el mismo vínculo con sus significados ni tampoco éstos tienen una sola y única
forma inherente de existir. Pues, las lexías pueden usarse en ciertos contextos
con precisión y en otros con
ambivalencia o con ambigüedad. No en balde afirma Tusón, en este sentido, que
“El vocabulario de una lengua nos permite hablar con la precisión máxima y
también de una manera bastante imprecisa y etérea, porque hay grados diferentes
en cuanto al compromiso con el sentido” (Tusón, 2000: 26).
Esta perspectiva dualista de lo
preciso y lo vago o ambivalente nos
obliga a tener en cuenta el principio de finalidad, como propiedad esencial de
la textualidad, fenómeno en el cual la pragmática se ha enfocado para mostrar
que la construcción del sentido rige, como lo sostiene Santiago Trancón, que la lectura se oriente hacia la adaptación
y modificación constante en el uso y sentido de las palabras ya que:
el lenguaje puede servir para muchas cosas a
la vez. La vaguedad, la polisemia y la ambigüedad suelen considerarse
condiciones esenciales del arte, pero es preciso añadir que estos recursos no
han nacido para justificar la incomunicación sino como un medio para convertir al
lenguaje en un instrumento más útil; moldeable y vivo. No van en contra de la
funcionalidad del lenguaje, sino que buscan hacerlo más comunicativo,
intersubjetivo y económico. Toda palabra es; por tanto, dialógica. (Trancón, 2006: 55).
Esta
tendencia hacia el rastreo de lo no dicho o lo dicho implícitamente significa
que el proceso inferencial en la LT, como en la pragmática, no se realiza a partir del ya mencionado “conocimiento
inmanente del código”, sino que se opta por la explicación de los
componentes lingüísticos teniendo en cuenta todas dimensiones e implicaciones
comunicativas, eso es, los demás elementos y aspectos integrantes del acto
comunicativo: emisor, receptor, factores contextuales , situación discursiva, etc.
Se trata en suma de un tipo de “razonamiento por inducción”, que según
Jacques Boisvert (1999: 94), “implica estudiar varios elementos
particulares de modo que se pueda sacar, después, una conclusión a propósito del todo al cual
pertenecen estos elementos”[1].
Tipos de
inferencia:
Teniendo en cuenta todo lo adelantado en
el apartado anterior, puede decirse que la inferencia es estrictamente inherente
a la competencia interpretativa del receptor/lector y, por ende, está ligada tanto a su conocimiento del mundo
(conocimientos previos) como a su habilidad de deducción a partir de datos
lógicos proporcionados por el enunciado textual (pistas, síntomas, rastros,
huellas, indicios, etc.). La inferencia es, así, el resultado de un proceso evaluativo
de índole mental que permite formular una supuesta hipótesis basada en analizar
y gestar la información suministrada de
forma implícita para llegar a implicaciones lógicas.
Para León (1996), la inferencia como
actividad cognitivo mental permite al lector barajar todas las posibilidades de
interpretación de un determinado texto. Bruner (1957 ha concebido la mente
humana como una “maquina de inferencia” que dispone de unos mecanismos que
facilitan la activación de los
conocimientos previos con miras a
interpretar las nuevas informaciones y analizarlas en un proceso
complejo antes de pasar a la operación de su adaptación a lo anteriormente
sabido.
La inferencia se instaura así como
el resultado de una actividad mental cuya fuerza motriz reside en la activación
de lo que hemos llamado “memoria lectora”. Y visto que ésta difiere,
desde el punto de vista de sus componentes, de un lector a otro, y ya que su uso depende de estrategias lectoras vinculadas con la competencia textual
de cada cual, las inferencias que se elaboran a partir de un mismo texto pueden
ser muy variables. Por esta razón, Just
y Carpenter (1987: 34) afirman que es precisamente el conocimiento del que
dispone el lector y su relación con lo que se lee, el motor que induce a la
realización de inferencias. Esto explica la importante variedad de inferencias
que pueden ser producidas mientras se lee. Así, las inferencias pueden ser
consideradas como heurísticas que pueden relacionarse con algún aspecto del
significado-espacio, tiempo, causalidad, lógica, naturaleza, artificio,
abstracción o concreción.
La
reflexión sobre la actividad inferencial no es nueva ni su estudio se restringe a las investigaciones
elaboradas en el marco de la LT. En el área de la psicología cognitiva, por
ejemplo, varios son los estudios que ha abordado este tema. En este marco
destacan, por ejemplo, los trabajos de orientación constructivista como los
de Bransford et al, (1972) Anderson y Ortony (1975) quienes
postulan que la inferencia consiste en
una actividad mental de índole natural, en la medida que corresponde a una
operación cognitiva cuyo resultado es la elaboración de esquemas mentales
durante el proceso de la lectura/ comprensión de textos escritos y orales. No
obstante, otros autores constructivistas interesados por el procesamiento del
discurso tales como Balota et al (1990), Graesser y Bower (1990), Graesser y Kreuz (1993) sostienen que la el
proceso inferencial no se limita al momento de la lectura sino que continua
incluso después de la lectura.
El hecho de que la inferencia sea definida,
de este modo, en virtud de lo propiamente textual y lo extra-textual hace que podamos
distinguir entre dos modalidades de inferencias la de conexión textual y la de
conexión extra-textual:
Inferencia
|
De conexión extratextual
|
De conexión textual
|
Busca de relaciones lógicas entre secuencias (ideas)
sucesivas siguiendo unos
determinados parámetros:
-causa/efecto,
-problema/solución,
- sentimiento/actitud,
-acción/reacción,
-Etc.
|
-
Uso de la conocimiento previo del
receptor/lector,
-
Procesamiento de la información a partir del
conocimiento prototípico compartido entre el emisor y el receptor.
|
Visto que la inferencia supone partir de
indicaciones y suposiciones activadas desde el texto para que el lector llegue
a desvelar lo no dicho explícitamente, cabe
señalar que la reconstrucción del sentido textual se basa aquí en una
competencia lectora que consiste esencialmente en los conocimientos previos del
propio lector. Una parte de este
conocimiento va conformada por lo que Antonio Mendoza Fillola llama “intertexto
lector”. Pues según este autor, el
lector; de un texto literario, por ejemplo, dispone necesariamente de un “intertexto”
individual, eso es, un conjunto de
destrezas; saberes adquiridos anteriormente, o sea, una memoria lectora
que hace posible el reconocimiento de las especificidades formales, de
tipología textual y de expresión de significados e intencionalidades
compartidas por una determinada
categoría genérica. Se trata en suma de un conocimiento previo adquirido
anteriormente gracias a lecturas personales y a las competencias lectoras de
las cuales se ha apropiado por experiencia:
Todo lector posee un intertexto personal.
Es decir posee un mosaico de citas y de referencias (…) integrado por las
aportaciones consolidadas, sedimentadas de sus lecturas previas, de sus
experiencias literarias y de sus conocimientos. Cuando se reconoce un texto
como literario es que se han activado los saberes de la competencia literaria,
del intertexto y de la experiencia lectora, con los que se han identificado y asociado los rasgos de
un texto con otros similares de otras
obras que ya han quedado recogidas en el saber del lector y que han sido
catalogadas como creaciones literarias
(Mendoza Fillola, 2001:77).
Estudiando el fenómeno de la inferencia, Martínez
Solís propone un enfoque discursivo- interactivo donde la naturaleza genérica y
los principios de organización del discurso se instauran
como criterios básicos del procesamiento multinivel del texto. Desde esta
perspectiva, la autora examina la importancia de la inferencia en el proceso
lector y propone una clasificación teniendo en cuenta en cuenta dos categorías de correlaciones: primero la de estructural,
establecida entre varios niveles del texto (relación multinivel) y,
segundo, la dvinculada con la red de coyunturas semánticas construida en el texto, eso es el
conjunto de articulaciones instituidas
entre discursividad y
textualidad (relación funcional). La autora distingue entre tres
modalidades de inferencia.
- Inferencia
enunciativa (llamada, igualmente, genérica): se trata de un
tipo de un tipo deducción basada en unas premisas o suposiciones hipotéticas
hechas a partir de los conocimientos previos sobre el género al cual pertenece
el texto objeto de lectura. A nuestro parecer, esta clase de inferencia halla
su justificación en el hecho de que cualquier texto corresponde a una
producción lingüística que, obligatoriamente, viene materializada a través de
un determinado género discursivo que le da forma y determina su función social
y que forma parte de un determinado dominio discursivo.
La
lectura y comprensión inferenciales se manifiestan cuando el lector hace
recurso a sus intuiciones y a su experiencia personal con la finalidad de
elaborar conjeturas e hipótesis. Se trata, según Glòria
Català Agras y Mireia Català Agras, de una actividad que exige que “el
raciocinio y la imaginación vayan más allá de la página impresa”. Para
estas dos autoras la lectura inferencial se fundamenta en una serie de
habilidades interpretativas que conforman el saber-hacer elemental en todo
proceso de comprensión de un texto:
a-
Deducción
de los detalles de suporte,
b-
Deducción
de las ideas principales,
c-
Deducción
de una secuencia,
d-
Da
deducción de comparaciones,
e-
Deducción
de carácter individual,
f-
Deducción
de características y aplicación a una
nueva situación,
g-
Predicción
de resultados;
h-
Hipótesis de continuidad,
i-
Interpretación
del lenguaje figurado.
La comprensión inferencial es muestra de
que todo proceso lector supone un minucioso procesamiento de las informaciones
tanto explícitas como implícitas ofrecidas en el texto. Esto quiere decir, tal
como lo afirman W. Kintsh y T.A. van
Dijk (apud Pinzas, 2003: 39) que el
nivel de inferencia se apoya siempre en la buena comprensión literal:
La
comprensión literal se basa en la información que ofrece el texto a través de
sus diversas proposiciones. La comprensión inferencial, más bien, aporta al
texto la elaboración de las relaciones implícitas en él. La eficiencia de
operación es la base para una comprensión y retención literal. Esto facilita
que el lector proceda a elaborar un modelo de las relaciones implícitas entre
las proposiciones individuales-microoperaciones- y el sentido del texto en
general-maccrooperaciones- partiendo de una base precisa. Ambas son imposibles
sin una buena comprensión literal.
De
hecho, la “eficiencia de operación” a la cual se refieren los autores
aquí es un concepto acunado por Campione y Brown () y que corresponde a la
sencillez, claridad y exactitud con las que el lector/oyente lleva a cabo la
actividad interpretativa. Se trata de un proceso basado en la activación de las
informaciones almacenadas en el sistema de la memoria y más precisamente en la
memoria que Schiffrin (1970) llama “operativa”. Esta última, tal como se
deduce de su propia denominación
“procede de la memoria sensorial por un tiempo breve antes de pasar a la
memoria de largo plazo” . Pero más que un mero receptáculo o almacén de
datos, esta “memoria operativa” funciona en el proceso lector como un “un
lugar en el que se integra la información que se recibe del exterior o
información nueva, con la que estaba almacenada en la memoria de largo plazo,
los conocimientos previos”. Esta integración es la que, al fin y al
cabo, permite al lector reconocer,
identificar y dar sentido a lo leído. Estamos así, ante una estrategia
cognitiva que hace posible un procesamiento de las informaciones del texto en
función de otras informaciones o otros texto (intertextualidad) y; por tanto,
el conflicto entre las informaciones previas y las nuevas exige unas
remediaciones en las que intervienen los conocimientos ya adquiridos. Esto
supone que toda lectura se hace desde un posicionamiento determinado por un
saber y un saber hacer anteriores, lo que en gran parte justifica la actitud de
involucramiento del lector y su intervención como agente activo en la
reconstrucción del sentido textual. Dicho de otro modo, es la mencionada
mediación obligatoria entre lo que se sabe y lo que se propone como nuevo lo
que justifica la actitud crítica adoptada frente a cualquier texto.
Nivel crítico:
Toda recepción de índole critica supone
que la comprensión e interpretación de una producción textual ha de hacer
recurso a estrategias de rastreo de las relaciones entre el emisor y el
receptor, especialmente las de intersubjetividad y de dialogismo, o sea de
co-enunciación.
La
lectura crítica exige un pensamiento analítico, una capacidad de síntesis y un
espíritu crítico para operar en su
actividad lectora de tal modo que no se quede condicionado por dado en el
texto. El lector debe buscar permanentemente las contradicciones y omisiones, a
la vez que ha de estar abierto a nuevas perspectivas. Por esta razón, afirma
Esther Jacob (1991: 49) que el crítico "es un lector, pero un lector más alerta y total" La noción
de lectura crítica supone que el lector ha de ir mas allá del nivel literal
para de comprensión y posicionarse
frente al sentido textual con miras a elaborar una evaluación critica enfocando
la(s) intención(es) del autor.
No obstante, estamos en la obligación de
afirmar con Martin Rose (2003: 204) que “la expresión ‘lectura crítica’
no debe ser entendida en el sentido de una tendencia a querer criticar”, o sea
no responde a una simple voluntad de polemizar o a formular un juicio
desfavorable[2].
Parafraseando
a Fernández y a Restrepo, Agustín Campos Arenas (2007:22), por su parte indica que la etimología de la palabra “crítico”
tiene su origen en el verbo ‘krino” “que significa discernir, escoger,
distinguir, decidir, juzgar, resolver, sentenciar, dictaminar, explicar,
aclarar”.
En virtud de esta definición, podemos decir que el propósito del
posicionamiento critico que un lector adopta frente a un determinado discurso
contribuye, en gran parte, a tomar una decisión: la de refutar o aceptar (dejarse convencer por) una
determinada creencia o opinión formulada por el autor. No en balde varios
autores, tales como B.N. Moore y R. Parker, sostienen que el pensamiento crítico corresponde a “la determinación cuidadosa
y deliberada de aceptar, rechazar o suspender el juicio acerca de una afirmación…
y el grado de confidencia con el cual lo aceptamos o rechazamos” (Arenas,
2007: 22).
El espíritu humano está en perpetua
búsqueda de la significación de todo lo que le circunda. En su intento de
comprensión de los textos que lee , el lector también busca la forma de
entender las estructuras del universo textual que se le presenta e intenta,
inevitablemente distinguir las implicaciones ideológicas y contextuales del
mismo( contexto social, cultural, político, religioso, etc.). Sin embargo, como
todo lector dispone de de una “formación ideológica’ que según Pecheux
determina sus opiniones, creencias y convicciones, la lectura crítica supone,
igualmente, tomar distancia respecto a lo adquirido para evitar cualquier tipo
de condicionamiento apriorístico. El
nivel crítico de la lectura permite definir así la tarea del lector como una
actividad cognitiva y de interacción socio-cultural que consiste en examinar
los discursos de otros con miras a evaluar sus creencias, opiniones, su forma
de ver el mundo y sus cosas. Desde este planteamiento nos parece que uno de los desafíos de la actividad crítica
radica esencialmente en “superar las
dificultad que significa desligarse de los prejuicios con que se abordan
creencias o situaciones. Estos juicios previos y rígidos impiden hacer un
análisis crítico desde otra perspectiva” (Izquierdo et al. 1994: 8).
Es sabido que la época moderna es una época
globalizada, en la cual todas las
sociedades han pasado a concebirse como comunidades de conocimientos interconectados.
El mundo en que vivimos actualmente está
profundamente marcado por muchos
cambios vertiginosos que han hecho que la comunicación sea un proceso donde se
vehiculan herramientas discursivas diferentes
se transmiten conocimientos abundantes
e inconstantes e ideologías en permanente versatilidad. Los textos, en
tanto que materialización de propósitos comunicativos en contextos específicos
no quedan, desde luego, fuera de esta
lógica de versatilidad
Para
Evelyne Bevort “un lector critico es una persona que, cuando recibe una
información en cualquier soporte (impreso, digital, audiovisual, hipermedia,
etc), tiene el reflejo de plantearse
cuestiones fundamentales; ¿De dónde viene esta información? ¿Quién la produjo? ¿Cuál
es la intención del autor? ¿Se pueden percibir actitudes previas o
estereotipos? ¿Condiciona mi forma de percibir lo que leo, veo o escucho? Todo
ello conservando el placer y el interés de usar los medios de comunicación” (Margalef: 2011:123).
Uno de los enfoques lingüísticos que nos
interesan en este marco es el llamado “Análisis crítico del discurso” y
que algunos autores consideran una modalidad del AD. Este enfoque supone un
posicionamiento particular que según Luisa Rojo y Rachel Whittaker (1998)
conforma una forma estratégica de lectura analítica para llegar a asimilar el
sentido último de las producciones discursivas. Las premisas y postulados teóricos
con los que se enfrenta el analista, a la hora de interpretar un discurso, no
representan vías condicionantes de la lectura, sino que son utensilios usados
para la implicación del lector/ critico y la adaptación de una postura frente a
lo que se lee o estudia. Se trata, en palabras de Lupicinio
Íñiguez Rueda, de abrir “nuevas
miradas,” y “nuevas formas de indagar” que implican: “el cambio de
perspectiva en la interrogación, el prescindir de lo dado por desconcertado y,
en definitiva, asumir una postura problematizadora, que permita abrir nuevas
perspectivas de estudio y haga emerger nuevos objetos de investigación” (2006:87 )
Lejos
de todo automatismo la lectura, en su dimensión interpersonal e interaccional, supone una operación estratégica y cognitiva
donde intervienen varios factores de tipo comunicativo: el objetivo mismo de la
lectura, los elementos textuales enfocados, la naturaleza de las informaciones
ofrecidas en el texto, la formación ideológica del lector (sus
creencias, convicciones, mentales, etc.), su propia visión del mundo, etc. Es
precisamente desde esta perspectiva cognitiva que la LT define el proceso
lector o de comprensión. Una de las definiciones que van en consonancia con
este planteamiento nos la presentan Peronard y Gómez Macker afirmando que:
la mejor lectura es aquella que se hace con la disposición de
comprender lo que se lee, con atención e interés, reflexionando acerca de lo
que ‘dice’ el texto o, mejor todavía, su
autor, mediante el manejo hábil de los recursos verbales, relacionando lo nuevo
con lo ya sabido y, sobre todo, asumiendo una posición personal frente a la
información recogida de modo que ella sea valorada, cuando corresponda, como
parte de una visión personal de mundo. Para lograrlo, es necesario aplicar
estratégicamente la atención, buscando a lo largo del texto la información
pertinente para relacionarla coherentemente y; si se observan vacios en esta
interpretación, activar, es decir, incorporar en la memoria operativa, el
conocimiento acerca del tema que se tiene almacenado en la memoria de largo
plazo y así las inferencias necesarias para restablecer la red semántica que
permite darle sentido al texto. (2000: 47-48).
Según D. Coste (1975: 12) “existen
situaciones de lectura… el acto de leer se inscribe en un proceso de
enunciación donde el sujeto lector dispone tiene sus propias intenciones de
comunicación que contribuyen, considerablemente, a dar sentido al texto”[3].
[1]- Jacques Boisvert afirma « le
raisonnement par induction implique d’étudier plusieurs éléments particuliers,
de façon à pouvoir avancer une conclusion, par la suite, au sujet du tout
auquel ces éléments appartient. » la traducción es nuestra.
[2]
- Martin Rose insiste en que la significación etimológica de la palabra «crítica » procede de un verbo griego que « désigne une compétence qui
sait ‘distinguer” et ‘discerner’ (sans aucune précipitation à émettre des
jugements défavorables). On adopte la position d’un observateur : à une
distance ‘critique’ par rapport à ce qui est narré » (2003 ;
204).
[3] - « Il
existe des situations de lectures… l’acte de lire s’inscrit dans un processus
d’énonciation où le sujet lisant a ses propres intentions qui contribuent de
façon no négligeable à prêter son sens au texte » . La traducción es nuestra.
[1]- Jacques Boisvert afirma « le
raisonnement par induction implique d’étudier plusieurs éléments particuliers,
de façon à pouvoir avancer une conclusion, par la suite, au sujet du tout
auquel ces éléments appartient. » la traducción es nuestra.
[2]
- Martin Rose insiste en que la significación etimológica de la palabra «crítica » procede de un verbo griego que « désigne une compétence qui
sait ‘distinguer” et ‘discerner’ (sans aucune précipitation à émettre des
jugements défavorables). On adopte la position d’un observateur : à une
distance ‘critique’ par rapport à ce qui est narré » (2003 ;
204).
[3] - « Il
existe des situations de lectures… l’acte de lire s’inscrit dans un processus
d’énonciation où le sujet lisant a ses propres intentions qui contribuent de
façon no négligeable à prêter son sens au texte » . La traducción es nuestra.
[1]- Los tres autores afirman que « Le
lecteur compétent est capable de vivre ces deux positions indépendamment l’une
de l’autre: tantôt il lit pour lui-même, pour le plaisir, pour découvrir un
texte, un univers, une vision du monde, pour s’évader. Tantôt il lit selon des
buts fonctionnels et sa lecture lui sert de tremplin pour agir et pour se
construire des connaissances » (Terwagne, Vanhulle e Lafontaine,
2003:18).
[2] - “[…] aquests significats no es
donen per separat, sinó que una bona lectora o un bon lector els empra simultániament conforme va llegint, i
que no sempre es pot asumir que els nivells implicats
estan o poden ser ordenats
jerárquicament.” (Catalá et al.1996:
67).
[3] -RAE., Diccionario de la Lengua
Española, op.cit.
[4] - Usamos este concepto en el sentido que
le da Salvador Gutiérrez-Ordoñez, es decir como
«un conjunto de unidades y de reglas que constituyen la base
intersubjetiva, convencional y constante de una lengua. » “Ambigüités
pragmatiques” In Ambigüités/
Ambivalences: Acte du colloque de 13-14-15 mais 1994, Textes réunis par
Anne-Marie Vanderlyden, Rouen, Centre de Recherche d’Etudes Ibériques et
Ibéro-Américaines, Les Cahiers du Criar, N. 14, 1995, p.27.
[5] - Usamos la palabra « premisa »
con el sentido etimológico
correspondiente al el término latino “praimissus” , es
decir, “señal o indicio por donde se infiere algo o se viene en conocimiento de ello” , o “Cada una de las dos primeras proposiciones del silogismo, de donde seinfiere y saca la conclusión.”RAE, Diccionario
de la Lengua Española.
[6] -
Véase « El estudio del significado: semántica y pragmática »
in José Ignacio Hualde y otros, Introducción a la lingüística hispánica, Cambridge University y Press, 2009 pp.380 y siguientes.
[7] - Es justamente debido a esta red de relaciones e
interrelaciones ciertos lingüistas, desde una perspectiva pragmática,
distinguen entre el conceptos de “significado” y “sentido”: “Utilizamos
el término “sentido” para referirnos a
la totalidad de contenidos que se transmiten en un mensaje concreto. El sentido
depende de un mayor número de factores que el significado” (Salvador
Gutiérrez-Ordoñez, 1995: 27).
[8] - Ya hemos definido el co-texto como:
[9] - En uno de sus artículos,
Joan Borja i Sanz afirma que “el sentit figurat
i la pragmaticitat en el context discursiu ultrapassen el sentit literal
que un parlant podría deducir en la descodificacó si no participa del codi
col-lectiu que associa un determinat significat al conjunt de l’expressió”.
10-
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