La coherencia
tiene que ver con la dimensión
conceptual e ideacional y, por tanto, con las distintas relaciones establecidas entre nociones y conceptos del área sobre cuyos
temas versa el texto. Dicho de otro modo, representa la consistencia lógica que conforma la
naturaleza del texto y de su contenido. Es una propiedad inherente a lo que se
oye (texto oral) o a lo que se lee (texto escrito) y que se instaura como
producto y resultado de un proceso de sesgo cognitivo en el cual participan de
forma interaccional tanto el emisor como el receptor. De ahí viene la
complejidad de la producción textual
entendida como actividad de procesamiento de informaciones explícitas de
gestión basada en estrategias encaminadas a recuperar informaciones implícitas
contenidas en el intercambio comunicativo.
Según Beaugrande y Dressler, un texto es considerado como coherente cuando al receptor se le
ofrece la posibilidad de establecer una
continuidad entre los constituyentes verbales, los conceptos y sus
respectivas relaciones en el texto y, por otra parte, entre los conceptos y sus
referencias cognitivas (conocimiento del
mundo). La coherencia textual es, entonces, la propiedad que da sentido a la unidad de
texto.
La coherencia de este modo no es sólo una
propiedad un rasgo discursivo-textual. Se trata de de una forma de decir/hacer
que ha de estudiarse dentro de un proceso dinámico de comunicación. Esta
perspectiva lingüístico-textual se centra en las distintas operaciones
cognitivas de producción e interpretación efectuadas tanto por el emisor como
por el receptor. El texto, concebido así como un proceso dinámico y complejo,
puede verse desde dos ópticas diferentes: la primera es de tipo estático, en la
medidas en que considera la coherencia como una propiedad intrínseca que se
halla ubicada en el texto y que el lector/oyente define mediante las
correlaciones entre las palabras, las oraciones o las partes de este
texto. La segunda es de sesgo dinámico
que contempla la coherencia como un herramienta discursiva que posibilita
construir y reconstruir sentidos en un contexto comunicativo dado.
Para la LT, lo que hace un emisor, en una
situación de intercambio comunicativo, es traducir en palabras semántica y pragmáticamente correlacionadas y estructuras basadas en relaciones
sintagmáticas (sintaxis, cohesión, etc.), la ideas procesadas en su mente. El
receptor, a su vez, orienta su actividad de interpretación hacia la
reconstrucción del sentido textual convirtiendo así su actuación en una real
re-producción de significados. Por eso la coherencia es, igualmente, una
realidad que se construye en la mente del receptor. De allí que Beaugrand y
Dressler insistan en que la coherencia de un texto está en la continuidad de
sentidos desarrollados por el texto en la mente del receptor:
un
texto “tiene sentido” porque el conocimiento activado por las expresiones que
lo componen va construyendo, valga la redundancia, una continuidad de sentido.
Cuando los receptores detectan la ausencia de continuidad, el texto se
convierte en un “sinsentido” (…) La continuidad del sentido está en la base de
la coherencia, entendida como la regulación de la posibilidad de que los conceptos
y las relaciones que subyacen bajo la superficie textual sean accesibles entre
sí e interactúen de un modo relevante. Esta organización subyacente en un texto
es lo que se denomina mundo textual. (1981: 135-136).
Desde la perspectiva de la semántica textual y
refiriéndose a esta propiedad, Teun Adrianus van Dijk (1977; 147) anota que el
concepto de “coherencia” es muy complejo y propone la definición
siguiente “Intuitivamente, la coherencia es una propiedad semántica de los
discursos, basados en la interpretación de cada frase individual relacionada
con la interpretación de otras frases”. Debemos recalcar aquí, que debido a
la estricta simbiosis de los componentes textuales, Van Dijk concibe la cohesión como parte integrante de
la coherencia, de ahí recurre a ésta como concepto sintetizador de la
discursivización y encasilla los mecanismos cohesivos dentro de la categoría de
los elementos de congruencia textual. Para el lingüista holandés, la semántica
textual es el área de investigación donde cabe la posibilidad de proponer
respuestas idóneas a todas las incógnitas relativas al texto y que la
lingüística de la frase no supo solucionar. Por esta razón, partiendo del
presupuesto de “proposición” como “estructura de significado de una oración”
intenta definir lo que es u texto a partir de los elementos de su articulación.
Su propuesta teórica se centra en la coherencia como fenómeno que se presenta
bajo forma de dos modalidades básicas, a saber la coherencia local y la coherencia
global (1981: 268):
a-
Coherencia
local: que se manifiesta por
medio de las relaciones establecidas entre las frases u oraciones de una determinada secuencia textual. A esta
modalidad de coherencia la llama Van Dijk “lineal” y la define “en
términos de las relaciones semánticas entre oraciones individuales de la
secuencia” (2007: 25). Para dilucidar este tipo de coherencia, el
autor lo presenta como un fenómeno discursivo que es susceptible de explicitar
las relaciones de sentido que rigen la ordenación y disposición de las
proposiciones dentro del texto. Para ello distingue dentro de esta modalidad de
coherencia tres subtipos:
1-
Coherencia
por vínculo: implica que el texto se
compone de una serie de proposiciones que, obligatoriamente, corresponden a
eventos y sucesos que han de unirse coherentemente por medio de relaciones
semánticas de tiempo, causa condición o consecuencia.
2-
Coherencia
conceptual:
3-
Coherencia
funcional:
b-
Coherencia
global: corresponde la Macro
estructura semántica, y, por tanto, al
núcleo temático, por lo cual se enfocan en este marco las relaciones entre el
texto, concebido como unidad totalitaria de sentido, y sus distintas las
partes portadoras de sentido específico,
pero que va conectadas lógica y congruentemente con dicho sentido global del
discurso.
D. Tannen (1984: XIV), siguiendo un
planteamiento generativista, concibe la cohesión como la propiedad de conexión que se basa en una
serie de estrategias que operan a nivel de la superficie del texto y ordenan de
cierta forma los distintos constituyentes secuenciales del mismo. Mientras que
la coherencia afecta, sobre todo, la
estructura profunda o subyacente que hace que las unidades textuales seas
conexas y unidas semánticamente. Dicho en
otras palabras, la diferencia entre las dos propiedades consiste en la
referencia a dos niveles completamente distintos aunque complementarios:
Coherencia
|
Cohesión
|
Texto
|
Estructura
superficial
|
Estructura
profunda
|
Nivel
semántico-pragmático
|
Nivel
sintáctico-formal
|
En esta misma línea se sitúa la concepción que S. Marcus
tiene de las dos propiedades en cuestión (1980:101). Pues, este
lingüista asevera que la diferencia
entre las dos nociones depende del carácter de la relación textual que se enfoque, es decir del criterio
por el cual se opte: si la perspectiva es de naturaleza sintáctica se hablará
de cohesión y si es de sesgo semántico-pragmático entonces se estará refiriendo
a la coherencia.
No obstante, no todos los lingüistas están
de acuerdo con esta especificación conceptual basada en rasgos distintivos entre
lo superficial y lo subyacente. Halliday y Hassan (1983: 10), por citar un ejemplo ilustrativo,
desarrollando el concepto de ‘textura’ afirman que la cohesión no se manifiesta,
en el espacio textual, exclusivamente a través de componentes
sintáctico-gramaticales, sino que emerge, de igual modo, por medio de estratos
de tipo léxico, semántico e incluso fonemático y ortográfico. Alegan, del mismo
modo, que el ámbito de actuación de las relaciones de cohesión no se restringe
al nivel macro-estructural del texto, sino que se extiende para operar a otros
niveles inferiores como el intrafrástico e interoracional.
Para Juan Pedro Rodríguez Guzmán, la
coherencia es la principal propiedad responsable del efecto de unidad producido en el lector y que
hace que éste llegue siempre a detectar una idea principal o tema central hacia
el cual confluyen todos los detalles y todos los subtemas tratados en él:
Tanto
la idea general como todas las particulares han de dar la impresión de unidad
textual. Del mismo modo que la construcción de la casa conlleva que todas y
cada una de sus partes conformen un conjunto habitable, en el texto también se
ha de conseguir que todo lo en él incluido trate de un determinado tema, por
muy aparentemente dispares que puedan parecer los subtemas en que se apoye [1].
Un texto coherente presenta un tema
central, desarrollado en el texto a base
de una serie de informaciones necesarias,
que hacen posible su comprensión, pero igualmente en virtud de una determinada
planificación gestada por el emisor, de manera que el receptor eventual
pueda interactuar con el producto recurriendo a su competencia lectora, que en
gran parte, le permite reconocer los procedimientos maniobrados en el proceso
creativo. Dicho en otras palabras, un texto se considera coherente cuando quien
lo lee es capaz de asignarle un tema, una estructura y unas implicaciones
comunicativas que suponen la existencia de una competencia discursiva,
entendida ésta en el sentido que le da Marimón Carmen, o sea, como: “la capacidad […] de ordenar
oraciones en secuencias para producir fragmentos coherentes de lengua” (2008:
15).
La
coherencia se instituye, así, como el sentido
global, articulado, en primer lugar, por la correlación y concordancia entre
las varias ideas expresadas en el tramado textual siguiendo unos determinados
criterios de organización y disposición, y en segundo lugar, por los requisitos
de aceptabilidad e interpretabilidad que hacen que el lector/receptor tanga la
posibilidad de negociar los significados locales/articulares y restablecer esta red de relaciones que
convergen hacia el sentido global.
Todo texto coherente implica la elaboración
de una unidad de sentido con registro, tono y estilo apropiados. Para comprobar la coherencia de un texto, es
menester examinarlo, con miras a rastrear las estrategias vehiculadas en la estructuración del conjunto de sus ideas. No obstante hace falta, del mismo
modo, comprobar una serie de rasgos o
propiedades relativas a los aspectos siguientes:
1.
La
presencia de un sentido global (un tema
central) construido en función de la intención inicial.
2.
El
desvío de cualquier presencia caótica de temas diversos,
3.
La existencia de una continuidad respecto a
las ideas expuestas, sin que haya ni contradicciones
ni ningún tipo de desequilibrios semánticos (incompatibilidades semánticas de palabras),
4.
El
alejamiento de la repetición innecesarias de ideas,
5.
La ausencia de ambigüedades,
6.
La organización de las ideas del texto en virtud de los conocimientos
previos y los conocimientos nuevos y también
teniendo en cuenta las posibles y eventuales efectos que son
susceptibles de producirse en el
destinatario/lector.
[1]- Juan Pedro Rodríguez Guzmán, Gramática grafica al juampedrino
modo, Jaén, Ediciones Carena, 2005, p.560.
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