29.11.16

La coherencia

La coherencia tiene que ver con la dimensión  conceptual e ideacional y, por tanto, con las distintas relaciones   establecidas entre  nociones y conceptos del área sobre cuyos temas versa el texto. Dicho de otro modo, representa  la consistencia lógica que conforma la naturaleza del texto y de su contenido. Es una propiedad inherente a lo que se oye (texto oral) o a lo que se lee (texto escrito) y que se instaura como producto y resultado de un proceso de sesgo cognitivo en el cual participan de forma interaccional tanto el emisor como el receptor. De ahí viene la complejidad de la producción textual  entendida como actividad de procesamiento de informaciones explícitas de gestión basada en estrategias encaminadas a recuperar informaciones implícitas contenidas en el intercambio comunicativo.    

        Según Beaugrande  y Dressler, un texto  es considerado  como coherente cuando al receptor se le ofrece la posibilidad de establecer una  continuidad entre los constituyentes verbales, los conceptos y sus respectivas relaciones en el texto y, por otra parte, entre los conceptos y sus referencias cognitivas  (conocimiento del mundo). La  coherencia  textual  es, entonces,  la propiedad que da sentido a la unidad de texto.

   La coherencia de este modo no es sólo una propiedad un rasgo discursivo-textual. Se trata de de una forma de decir/hacer que ha de estudiarse dentro de un proceso dinámico de comunicación. Esta perspectiva lingüístico-textual se centra en las distintas operaciones cognitivas de producción e interpretación efectuadas tanto por el emisor como por el receptor. El texto, concebido así como un proceso dinámico y complejo, puede verse desde dos ópticas diferentes: la primera es de tipo estático, en la medidas en que considera la coherencia como una propiedad intrínseca que se halla ubicada en el texto y que el lector/oyente define mediante las correlaciones entre las palabras, las oraciones o las partes de este texto.  La segunda es de sesgo dinámico que contempla la coherencia como un herramienta discursiva que posibilita construir y reconstruir sentidos en un contexto comunicativo dado.

    Para la LT, lo que hace un emisor, en una situación de intercambio comunicativo, es traducir en palabras  semántica y pragmáticamente correlacionadas  y estructuras basadas en relaciones sintagmáticas (sintaxis, cohesión, etc.), la ideas procesadas en su mente. El receptor, a su vez, orienta su actividad de interpretación hacia la reconstrucción del sentido textual convirtiendo así su actuación en una real re-producción de significados. Por eso la coherencia es, igualmente, una realidad que se construye en la mente del receptor. De allí que Beaugrand y Dressler insistan en que la coherencia de un texto está en la continuidad de sentidos desarrollados por el texto en la mente del receptor:

un texto “tiene sentido” porque el conocimiento activado por las expresiones que lo componen va construyendo, valga la redundancia, una continuidad de sentido. Cuando los receptores detectan la ausencia de continuidad, el texto se convierte en un “sinsentido” (…) La continuidad del sentido está en la base de la coherencia, entendida como la regulación de la posibilidad de que los conceptos y las relaciones que subyacen bajo la superficie textual sean accesibles entre sí e interactúen de un modo relevante. Esta organización subyacente en un texto es lo que se denomina mundo textual. (1981: 135-136).        


      Desde la perspectiva de la semántica textual y refiriéndose a esta propiedad, Teun Adrianus van Dijk (1977; 147) anota que el concepto de “coherencia” es muy complejo y propone la definición siguiente “Intuitivamente, la coherencia es una propiedad semántica de los discursos, basados en la interpretación de cada frase individual relacionada con la interpretación de otras frases”. Debemos recalcar aquí, que debido a la estricta simbiosis de los componentes textuales, Van Dijk  concibe la cohesión como parte integrante de la coherencia, de ahí recurre a ésta como concepto sintetizador de la discursivización y encasilla los mecanismos cohesivos dentro de la categoría de los elementos de congruencia textual. Para el lingüista holandés, la semántica textual es el área de investigación donde cabe la posibilidad de proponer respuestas idóneas a todas las incógnitas relativas al texto y que la lingüística de la frase no supo solucionar. Por esta razón, partiendo del presupuesto de “proposición” como “estructura de significado de una oración” intenta definir lo que es u texto a partir de los elementos de su articulación. Su propuesta teórica se centra en la coherencia como fenómeno que se presenta bajo forma de dos modalidades básicas, a saber la coherencia local y la coherencia global (1981: 268):

a-      Coherencia local: que se manifiesta por medio de las relaciones establecidas entre las frases u oraciones  de una determinada secuencia textual. A esta modalidad de coherencia la llama Van Dijk “lineal” y la define “en términos de las relaciones semánticas entre oraciones individuales de la secuencia” (2007: 25).   Para dilucidar este tipo de coherencia, el autor lo presenta como un fenómeno discursivo que es susceptible de explicitar las relaciones de sentido que rigen la ordenación y disposición de las proposiciones dentro del texto. Para ello distingue dentro de esta modalidad de coherencia tres subtipos:

1-      Coherencia por vínculo: implica que el texto se compone de una serie de proposiciones que, obligatoriamente, corresponden a eventos y sucesos que han de unirse coherentemente por medio de relaciones semánticas de tiempo, causa condición o consecuencia.

2-      Coherencia conceptual:
3-      Coherencia funcional:    

b-      Coherencia global: corresponde la Macro estructura semántica, y, por tanto,  al núcleo temático, por lo cual se enfocan en este marco las relaciones entre el texto, concebido como unidad totalitaria de sentido, y sus distintas las partes  portadoras de sentido específico, pero que va conectadas lógica y congruentemente con dicho sentido global del discurso.

    D. Tannen (1984: XIV), siguiendo un planteamiento generativista, concibe la cohesión como  la propiedad de conexión que se basa en una serie de estrategias que operan a nivel de la superficie del texto y ordenan de cierta forma los distintos constituyentes secuenciales del mismo. Mientras que la coherencia  afecta, sobre todo, la estructura profunda o subyacente que hace que las unidades textuales seas conexas y unidas semánticamente. Dicho en  otras palabras, la diferencia entre las dos propiedades consiste en la referencia a dos niveles completamente distintos aunque complementarios:         
     

Coherencia

Cohesión
                             

Texto

Estructura superficial


Estructura profunda

 






Nivel semántico-pragmático


Nivel sintáctico-formal

 



 
      En esta misma línea  se sitúa la concepción  que S. Marcus  tiene de las dos propiedades en cuestión (1980:101). Pues, este lingüista asevera que  la diferencia entre las dos nociones depende del carácter de la relación  textual que se enfoque, es decir del criterio por el cual se opte: si la perspectiva es de naturaleza sintáctica se hablará de cohesión y si es de sesgo semántico-pragmático entonces se estará refiriendo a la coherencia.

     No obstante, no todos los lingüistas están de acuerdo con esta especificación conceptual basada en rasgos distintivos entre lo superficial y lo subyacente. Halliday y Hassan  (1983: 10), por citar un ejemplo ilustrativo, desarrollando el concepto de ‘textura’ afirman que la cohesión no se manifiesta, en el  espacio textual,  exclusivamente a través de componentes sintáctico-gramaticales, sino que emerge, de igual modo, por medio de estratos de tipo léxico, semántico e incluso fonemático y ortográfico. Alegan, del mismo modo, que el ámbito de actuación de las relaciones de cohesión no se restringe al nivel macro-estructural del texto, sino que se extiende para operar a otros niveles inferiores como el intrafrástico e interoracional.
     
 Para Juan Pedro Rodríguez Guzmán, la coherencia es la principal propiedad responsable del  efecto de unidad producido en el lector y que hace que éste llegue siempre a detectar una idea principal o tema central hacia el cual confluyen todos los detalles y todos los subtemas tratados en él:

Tanto la idea general como todas las particulares han de dar la impresión de unidad textual. Del mismo modo que la construcción de la casa conlleva que todas y cada una de sus partes conformen un conjunto habitable, en el texto también se ha de conseguir que todo lo en él incluido trate de un determinado tema, por muy aparentemente dispares que puedan parecer los subtemas en que se apoye [1].
       
       Un texto coherente presenta un tema central, desarrollado  en el texto a base de una serie de  informaciones necesarias, que hacen posible su comprensión, pero igualmente en virtud de una determinada planificación  gestada por el  emisor, de manera que el receptor eventual pueda interactuar con el producto recurriendo a su competencia lectora, que en gran parte, le permite reconocer los procedimientos maniobrados en el proceso creativo. Dicho en otras palabras, un texto se considera coherente cuando quien lo lee es capaz de asignarle  un  tema, una estructura y unas implicaciones comunicativas que suponen la existencia de una competencia discursiva, entendida ésta en el sentido que le da Marimón Carmen,  o sea, como: “la capacidad […] de ordenar oraciones en secuencias para producir fragmentos coherentes de lengua” (2008: 15). 

        La coherencia se instituye, así,  como el sentido global, articulado, en primer lugar, por la correlación y concordancia entre las varias ideas expresadas en el tramado textual siguiendo unos determinados criterios de organización y disposición, y en segundo lugar, por los requisitos de aceptabilidad e interpretabilidad que hacen que el lector/receptor tanga la posibilidad de negociar los significados locales/articulares  y restablecer esta red de relaciones que convergen hacia el sentido global.    

    Todo texto coherente implica la elaboración de  una unidad de sentido con   registro, tono y estilo apropiados.  Para comprobar la coherencia de un texto, es menester examinarlo, con miras a rastrear las estrategias vehiculadas  en la estructuración del conjunto de sus  ideas. No obstante hace falta, del mismo modo,   comprobar una serie de rasgos o propiedades relativas a los aspectos siguientes:

1.      La presencia de  un sentido global (un tema central)  construido en función de  la intención inicial.
2.      El desvío de cualquier presencia caótica de temas diversos,      
3.       La existencia de una continuidad respecto a las  ideas expuestas, sin que haya ni contradicciones ni ningún tipo de desequilibrios semánticos (incompatibilidades semánticas  de palabras),
4.      El alejamiento de la repetición innecesarias de ideas, 
5.      La  ausencia de ambigüedades, 
6.       La organización  de las ideas  del texto en virtud de los conocimientos previos y los  conocimientos nuevos  y también  teniendo en cuenta las posibles y eventuales efectos que son susceptibles de producirse  en el destinatario/lector.

      En caso de sea  posible detectar ciertas aberraciones  respecto a estos aspectos constructivos, el texto en cuestión resultará una producción incoherente que necesitará ser repensada en su totalidad o al menos parcialmente. Pues, para que el texto se convierta en una especie de entidad críptica y enigmática, habrá entonces, que eludir cualquier práctica errónea  y descaminada  que haga de él un revoltijo de ideas desconectadas. De este modo, lograr la unidad textual se instituye como la mayor función  del fenómeno de la coherencia. La articulación coherente supone, en este sentido,  el respeto de ciertas normas de secuencialización o de progresión textual tales como el mantenimiento de un tema constante, la derivación lógica en subtemas de categoría inferior, y la búsqueda de formas idónea para enlazar lo secundario con lo principal o lo particular con lo general.  



[1]- Juan Pedro Rodríguez Guzmán, Gramática grafica al juampedrino modo,  Jaén,  Ediciones Carena, 2005, p.560.

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